NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS NI A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES
Circulaba el rumor, entre las Madres de Plaza de Mayo, de que Teobaldo Oesterheld buscaba desesperadamente la salida de este mundo. Pero tal deseo no resultaba de sencilla realización; los días se sucedían monótonos en Plaza de Mayo, y él estaba cenceño, gris y harapiento… bien que vivo y en perfecto estado de salud. Algunas veces pasaba hambre, pero hasta parecía que los perros venían a compartir con él sus infames pitanzas. Después de tantos meses como hacía que vagabundeaba por Plaza de Mayo, ya todos sabían que había sido carcelero en el Pozo de Banfield, uno de los más escalofriantes Centros Clandestinos de Detención (CCD) de la dictadura argentina. Llegó diciéndolo con los ojos extraviados, dándose golpes en la frente. Muchos le agredieron por esta razón, y él encontraba alivio para su conciencia en el dolor físico que le infligían las almas indignadas. Escuchó los insultos de las Madres, rostros ataviados con el pañuelo blanco que era como un símbolo de los pañales de sus hijos desaparecidos. Le partieron muchos dientes para calmar el ansia de revancha, y un día, con la boca hecha una pura sanguina, empezó a hablar de los chicos de “La Noche de los Lápices”; pero, al poco de comenzar a hacerlo, sus palabras se transmutaron en llanto ausente de lágrimas. Dentro de una especie de morral transportaba un pequeño pegote de hormigón que decía pertenecía a los muros del Pozo de Banfield. Solía rascarlo muy a menudo, hasta destrozarse las uñas y hacer aparecer la sangre, para el horror de los que asistían a ese acto demencial. Y mientras rascaba el hormigón, sus labios musitaban sin descanso, con acento de agonía moral:
-Daniel Alberto Racero (18 años), María Claudia Falcone (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), “Panchito” López Muntaner (16 años), Claudio de Acha (17 años), Horacio Ungaro (17 años)… Daniel Alberto Racero (18 años), María Claudia Falcone (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), “Panchito” López Muntaner (16 años), Claudio de Acha (17 años), Horacio Ungaro (17 años)…
Un día apareció por Plaza de Mayo Pablo Díaz, uno de los chicos que consiguieron salir del Pozo de Banfield como detenidos legales y se salvaron del estigma de los que no pudieron volver para contarlo. Era 1986, habían pasado diez años sin noticias de los desaparecidos. Las Madres escoltaban a Pablo Díaz hasta el rincón en que Teobaldo Oesterheld pasaba las horas vegetando y mascullando su dolor y remordimiento. Siempre se le podía encontrar tumbado al pie de la Pirámide de Mayo cuando no se ponía a rascar el trozo de hormigón.
-¡Che!, me dicen que vos estuviste de carcelero en Banfield –dijo Pablo, poniéndose en cuclillas.
-¿Quién sos vos? –preguntó Teobaldo Oesterheld, mirando al visitante a través de la legaña de sus ojos desolados por el sufrimiento.
-Soy Pablo Díaz, “Pablito”… ¿No me recordás?
-Y vos, perejil, ¿me recordás?
-Estás muy estropeado, pero eras el único bueno de la “Cana” de allí, el único que se dejó que lo miráramos a la cara. Te llamás Teobaldo Oesterheld, no lo he olvidado. Me han dicho que te pegan porque vas diciendo que fuiste carcelero en el Pozo de Banfield. Pero, ¡che!, ¿por qué no les has dicho que sos el único que nos trató con humanidad?
Teobaldo Oesterheld miró al resplandeciente cielo de Buenos Aires, rozando su visual la estatua de la República en lo alto de la pirámide. El semblante se le anubló. Plegó las comisuras de sus labios, y sus mostachos dieron razones de suciedad. Agarró el antebrazo de Pablo en un gesto marcadamente rapaz. Acercó su rostro al del joven, clavándole su mirada como una barrena. Por entre los espacios de sus dientes hechos cachos se deslizaron unas palabras al oído de Pablo, que ninguno de los que estaban en derredor consiguió captar.
Al poco rato Pablo se puso en pie, englobó en una misma mirada a todos los circunstantes y dijo en un grito solemne:
-A partir de ahora, ¡escúchenme bien!, que nadie se las vuelva a hacer pasar tiesas a este hombre. Su sufrimiento no lo curan las medicinas… Si no aparecen todos los desaparecidos del Pozo de Banfield, sólo la muerte podrá curarle.
Casi de improviso, Teobaldo Oesterheld echó mano de su ensangrentado trozo de hormigón, y, rascando con dolor, reanudó su cantinela:
-Daniel Alberto Racero (18 años), María Claudia Falcone (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), “Panchito” López Muntaner (16 años), Claudio de Acha (17 años), Horacio Ungaro (17 años)…
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
-Daniel Alberto Racero (18 años), María Claudia Falcone (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), “Panchito” López Muntaner (16 años), Claudio de Acha (17 años), Horacio Ungaro (17 años)… Daniel Alberto Racero (18 años), María Claudia Falcone (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), “Panchito” López Muntaner (16 años), Claudio de Acha (17 años), Horacio Ungaro (17 años)…
Un día apareció por Plaza de Mayo Pablo Díaz, uno de los chicos que consiguieron salir del Pozo de Banfield como detenidos legales y se salvaron del estigma de los que no pudieron volver para contarlo. Era 1986, habían pasado diez años sin noticias de los desaparecidos. Las Madres escoltaban a Pablo Díaz hasta el rincón en que Teobaldo Oesterheld pasaba las horas vegetando y mascullando su dolor y remordimiento. Siempre se le podía encontrar tumbado al pie de la Pirámide de Mayo cuando no se ponía a rascar el trozo de hormigón.
-¡Che!, me dicen que vos estuviste de carcelero en Banfield –dijo Pablo, poniéndose en cuclillas.
-¿Quién sos vos? –preguntó Teobaldo Oesterheld, mirando al visitante a través de la legaña de sus ojos desolados por el sufrimiento.
-Soy Pablo Díaz, “Pablito”… ¿No me recordás?
-Y vos, perejil, ¿me recordás?
-Estás muy estropeado, pero eras el único bueno de la “Cana” de allí, el único que se dejó que lo miráramos a la cara. Te llamás Teobaldo Oesterheld, no lo he olvidado. Me han dicho que te pegan porque vas diciendo que fuiste carcelero en el Pozo de Banfield. Pero, ¡che!, ¿por qué no les has dicho que sos el único que nos trató con humanidad?
Teobaldo Oesterheld miró al resplandeciente cielo de Buenos Aires, rozando su visual la estatua de la República en lo alto de la pirámide. El semblante se le anubló. Plegó las comisuras de sus labios, y sus mostachos dieron razones de suciedad. Agarró el antebrazo de Pablo en un gesto marcadamente rapaz. Acercó su rostro al del joven, clavándole su mirada como una barrena. Por entre los espacios de sus dientes hechos cachos se deslizaron unas palabras al oído de Pablo, que ninguno de los que estaban en derredor consiguió captar.
Al poco rato Pablo se puso en pie, englobó en una misma mirada a todos los circunstantes y dijo en un grito solemne:
-A partir de ahora, ¡escúchenme bien!, que nadie se las vuelva a hacer pasar tiesas a este hombre. Su sufrimiento no lo curan las medicinas… Si no aparecen todos los desaparecidos del Pozo de Banfield, sólo la muerte podrá curarle.
Casi de improviso, Teobaldo Oesterheld echó mano de su ensangrentado trozo de hormigón, y, rascando con dolor, reanudó su cantinela:
-Daniel Alberto Racero (18 años), María Claudia Falcone (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), “Panchito” López Muntaner (16 años), Claudio de Acha (17 años), Horacio Ungaro (17 años)…
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
5 comentarios:
Sólo puedo decirte GRACIAS, y tú ya sabes por qué, independientemente de la calidad de lo leído y lo que se deja entrever que vamos a leer (sufrir/conocer/aprender), vuelvo a reiterar mi agradecimiento. GRACIAS.
Estremecedor... la conciencia... es más fuerte... mientras mayor es la humanidad en el alma de los hombres; directamente proporcionales, podría decirse.
Quedo en espera de lo que sigue...
Abrazo
Bye
Azul
Realmente estremecedor y un poco dificil de digerir.
Me he estado imformando un poco del tema, y se que sera un tanto dolorosa pero merece la pena que la gente sepa, conozca y se interese por lo que sucedio.
Un abrazo muy grande
No me cabe ninguna duda que con semejante inicio no estamos presenciando sólo un primer capítulo, sino El Primer Capítulo de una Gran Historia.Será doloroso seguramente pero digno de leer por jóvenes que no han tenido que vivir lo que esa generación vivió, para que la memoria se mantenga intacta. Un abrazo mi amigo y gracias. Magda
Indudablemente sabes mucho de esta historia negra de mi país, su sufrimiento y el dolor que no cesa, un comienzo que indica que los sucesivos capítulos serán aún más fuertes.
Besos
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