jueves, 21 de mayo de 2009

Rasguña las Piedras (II): La "violación"

NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS NI A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES


Después de la visita del heroico Pablo Díaz, empezaron a mirar con tristeza y compasión a Teobaldo Oesterheld. Le llevaban comida y cosas para beber, le invitaban a tomar mate de cuando en cuando, le insistían para que cuidase de su higiene personal, le preguntaban si no tenía familia… Las Madres de Plaza de Mayo le bendecían a menudo; Pablo Díaz lo había dicho: Teobaldo Oesterheld había usado de sentimientos humanitarios durante su cometido en el Pozo de Banfield. Sabían que estaba comido por el remordimiento de las atrocidades que había presenciado en ese tétrico lugar: las torturas, las violaciones, los maltratos a las detenidas embarazadas, la perversidad creciente de los mandos y sus compañeros carceleros… Teobaldo Oesterheld rascaba el trozo de hormigón, pronunciando los nombres de los chicos desaparecidos durante la Noche de los Lápices. Notaba que el sufrimiento lo desgarraba por dentro. Muchas voces en Plaza de Mayo trataron de exculparle de los crímenes que se habían cometido en el Pozo de Banfield, pero él aducía que criminal es también quien obedece órdenes injustas, y el miedo le había movido a obedecerlas en varias ocasiones.

Contaba del maldito “Indio” (el apodo de su compañero Casimiro Ernesto Castillo) su gusto por practicar “tabicamiento” a los detenidos, esto es, vendarles los ojos para que no pudieran identificar a sus carceleros; se los vendaba con algodones sucios y esparadrapos ásperos. Asimismo gustaba de maniatarles con dureza, al tiempo que afirmaba la soga rodeando el cuello de las indefensas víctimas. Por si esto no fuera bastante, sobeteaba a las asustadas embarazadas, y sus instintos lúbricos le condujeron a tomarle afición a María Clara Ciocchini y a someterla a frecuentes abusos. Teobaldo Oesterheld se horrorizaba al oír los gritos de socorro de María Clara en el infecto calabozo, siempre que el “Indio” acudía a visitarla. Las dos galerías de calabozos consistían en mugrientos tabiques que no estaban cerrados por arriba, salvo por una fila de oxidados barrotes de hierro, siendo el motivo de que todos los detenidos pudieran escucharse unos a otros. María Clara chillaba cuando el baboso del “Indio” la forzaba por delante y por detrás, y entonces se armaba el revuelo en todos los calabozos: llovían los insultos y las protestas de indignación sobre el violador, y Teobaldo Oesterheld se las veía y se las deseaba para restablecer el orden.

El “Indio” también tenía fama de delator, y, al observar que Teobaldo Oesterheld mostraba miramientos con los detenidos, le amenazó con dar el chivatazo a los jefes si a su vez no violaba a María Clara. Teobaldo Oesterheld tuvo miedo y penetró en el calabozo de la pobre muchacha. Ella se acurrucó en un rincón sobrecogida por el pánico. En el marco de la puerta observaba el “Indio” la escena con sonrisa sardónica.

-Cerrame la puerta, haceme el favor –le pidió Teobaldo Oesterheld, en tanto que se bajaba los pantalones-. No se me empitona la naba teniendo público delante.

-¡Pues sí me saliste delicado, huevón! –rezongó el “Indio”, cerrando el calabozo con un brutal portazo.

María Clara prorrumpió en alaridos al comprender que se le aproximaba Teobaldo Oesterheld, pues sus ojos vendados no podían verle; arañaba los muros del calabozo, como queriendo encontrar una vía de escape. Su histeria despertó, como de costumbre, la histeria en los otros calabozos.


-¡Cerdo violador, soltala! –se oía desde el calabozo vecino la voz de Daniel Alberto Racero, ardiendo de indignación.

La mirada de Teobaldo Oesterheld derivó al arranque del cuello de María Clara. Una humilde crucecita de madera daba cuenta de las creencias cristianas de la joven. ¡Malditos milicos! Os poníais del lado de los católicos y tratabais a vuestros semejantes peor que a las alimañas. Dulce Maria Clara (llamada cariñosamente “La Cieguita” por sus compañeros), tu juventud profanada y aún tenías arrestos para suplicar a los cielos. Teobaldo Oesterheld se sentía confundido; él creía en Dios, y violar a casi una niña era un acto deleznable para su conciencia. Podía escuchar los jadeos lascivos del “Indio” al otro lado de la puerta. Si se enfrentaba al “Indio”, no tardaría éste en correr a denunciarle al inhumano teniente coronel Antioco Ubaldo Comino… No le quedaba más que una alternativa.

Se aproximó a María Clara, la tomó de los hombros (temblorosa ella como un pájaro capturado), y le susurró al oído las siguientes palabras:

-Tranquila, pibita, escuchame… No tengás miedo, que no voy a forzarte… Pero, por tu bien y el mío, hacé como si te violara de verdad…

De esta manera, la violación fue fingida a la perfección. Cuando Teobaldo Oesterheld abandonó el calabozo, recibió una palmada amistosa por parte del pérfido “Indio”.

-¡Y parecías boludo! –exclamó éste con sonrisa babosa-. Tenés que darme lecciones, pues ¡cómo chillaba de placer la minita ésa!

CONTINUARÁ…

El jardinero de las nubes.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Azul

Es imposible que no se estremezca el alma ante tal relato. Mi corazón se para de dolor ante la angustia de los que pasarón tal desgracia.

Es dificil, si no casi imposible no sentirse desolada por las atrocidades que el ser humano es capaz de realizar.

Un abrazo

Martha Jacqueline Iglesias Herrera dijo...

Realmente es indignante tal abuso de poder y cobardía.
Me has traído a la memoria: La casa de los espíritus de Isabel Allende, donde también se hace referencia en algunos pasajes literarios de este tipo de iniquidad, que viola todo derecho físico y de dignidad humana.
Es una triste historia que ojalá fuera ficción, pero lamentablemente son sucesos que han acaecido para el horror del mundo y desgracia de sus víctimas y familiares.

Un abrazo amigo.
Feliz día.
Bye

judith dijo...

que horripilante!!! nadie merece ese trato. que impresion. Pensar que todavia existen esos enfermos que abusan de mujeres de todas las edades. No merecen el perdon de Dios. mis felicitaciones por atreverte a escribir esta historia. judith

maría magdalena gabetta dijo...

Lo más espeluznante de esta historia, es que estas cosas ocurrieron y no todos fueron considerados, ante el miedo también actuaban como bestias. Excelente, fuerte relato. Un abrazo compañero de letras. Magda

Terechuli dijo...

Comienza muy fuerte el relato, me recuerda la la prosa veraz y descarnada de Vargas Llosa.
Estoy intrigada.