domingo, 24 de mayo de 2009

Rasguña las Piedras (IV): El ruiseñor de las celdas


NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS NI A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES

Ante la nueva acometida de remordimiento, Teobaldo Oesterheld se apretó los párpados con los nudillos percudidos de mugre. Doña Nelva Méndez hacía esfuerzos por que el llanto no desbordase los límites de sus anteojos de sol.

-Le gustaba cantar –recordaba Teobaldo Oesterheld-. Cantaba siempre que yo estaba de servicio, cuando mis compañeros no podían castigarla por hacerlo. Cantaba como el ruiseñor de las celdas.

Claudia Falcone empezó a cantar algunas semanas después del inicio de su permanencia en el Pozo de Banfield, cuando los sobresaltos a que su alma estaba abocada se asentaron un tanto. María Clara solía rezar a menudo el Padrenuestro en voz alta, y Claudia le hacía coro. Entonces fue cuando nació en esta última el deseo de desahogar su tristeza con el canto. Pensó en lo cerca que ya estaba la Navidad de 1976 y en que probablemente no podría pasarla al lado de sus padres y su hermano mayor. Sintió que su alma se desmenuzaba en fragmentos de angustia. Al término del Padrenuestro, sus labios empezaron a entonar tímidamente la canción “Rasguña las piedras” de “Sui Generis”, su grupo de rock favorito. Su canto nació en el silencio de los calabozos, y pronto inseminó las voces del resto de los cautivos:

Detrás de las paredes
que ayer te han levantado,
te ruego que respires todavía.
Apoyo mis espaldas y espero que me abraces,
atravesando el muro de mis días.

Y rasguña las piedras,
y rasguña las piedras.
Y rasguña las piedras hasta mí.

Apenas perceptibles, escucho tus palabras.
Se acercan las bandas de rock and roll,
y sacuden un poco
las paredes gastadas,
y siento las preguntas de tu voz.

Y rasguña las piedras,
y rasguña las piedras.
Y rasguña las piedras hasta mí.

Y si estoy cansado de gritarte,
es que sólo quiero despertarte.

Y por fin veo tus ojos,
que lloran desde el fondo,
y empiezo a amarte con toda mi piel.
Y escarbo hasta abrazarte,
y me sangran las manos.
Pero ¡qué libres vamos a crecer!

Y rasguña las piedras,
y rasguña las piedras.
Y rasguña las piedras hasta mí.
Y rasguña las piedras,
y rasguña las piedras.
Y rasguña las piedras hasta mí.


Teobaldo Oesterheld les exhortaba a interrumpir el canticio, el cual, dado caso de que llegase a oídos de los milicos, podría acarrearles no pocos infortunios a todos ellos.

-¡A callar, perejiles! Se ve que tienen ganas de que los apiolen.

Doña Nelva atesoró en su corazón este recuerdo de su desaparecida Claudia, como una vez lo hiciera la Virgen María con las vivencias de la niñez de Jesucristo (Lc 2, 51). Allá en lo alto del cielo, se abrió una brecha irisada justo en los pliegues de la nube solitaria. Las palomas sobrevolaron la Plaza de Mayo como oraciones materializadas.

-Llamaba usted a mi hija “el ruiseñor de las Pampas” –observó la atribulada madre.

-No es así, señora. Yo la llamaba para mí mismo “el ruiseñor de las celdas” –repuso Teobaldo Oesterheld, mientras sus ojos bailaban como estrellas en una noche de viento.

-Cantaba… Era su modo de rebelarse contra la bota opresora que la privaba de su libertad. Con su hermano Jorge cantaba muchas de esas canciones… Juntos fuimos, él y yo, a todos los sitios buscándola, guardando colas que nunca terminaban… Toda la gente quería saber qué había sido de sus desaparecidos, y la Cana y los milicos siempre se andaban con evasivas… Claudia cantaba cuando creía que le faltaba la libertad… ¡Pobre hija mía! Admiraba a Evita Perón, tenía una foto suya en su cuarto, y le agradaba pensar que las dos guardaban algún parecido físico… Cantaba, siempre estaba cantando.

-Conmigo se hacía la ilusión de que era libre… y por eso cantaba también.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

2 comentarios:

judith dijo...

que desgarrante es esta historia. y que horrible. no puedo decir nada mas. no me salen palabras. judith

maría magdalena gabetta dijo...

Conmovedor y sobre todo es que trata sobre personas que existieron, lo cual lo hace mucho más terrible. Un abrazo mi querido Jardinero de las letras. Magda