Redobles de tambor y no acordes de violín, la verdad tal era. Juan iba por las ferias de la vida aporreando su tambor, y sus oídos no experimentaban la tortura nacida en los oídos de quienes a su lado pasaban. Carlos abarrotaba teatros, y los trémolos de su bombardino concitaban las luminarias del Paraíso.
Ahí seguía Juan, comiéndose el barro de la tierra, soltando los depósitos de las nubes, despertando el fragor del trueno. No quería librarse de la cera que taponaba sus oídos. Adelante siempre, nunca mirar hacia atrás, aunque las astillas salten de los palos del tambor. Así hasta ese teatro de donde brotan las flores del triunfo.
Despierta, dulce bombardino de Carlos. Vence al fracaso que intenta echarte a un lado. Conseguiste que en la noche de estío se acallasen el grillo y el ruiseñor. Vendrá tu brisa de primavera a humillar las ráfagas heladas que el obstinado Juan causa con su tambor.
¡Ya está! Una pizca de belleza basta a derrumbar una montaña de mediocridad. Las flores han cubierto los huecos que dejaron los vidrios rotos de las ventanas del teatro.
El tambor de Juan ha ido a parar al cieno del arroyo. Su canción se ha terminado.
Carlos ha desaparecido tras la puerta del teatro.
Pobre Juan, jamás podrás parecerte a él. Pero nada te impide seguir caminando por la anchura de la tierra. Nada te detiene, no hay esperanza que te esclavice.
El camino te está llamando. El camino te llamará aun cuando andes de espaldas.
El jardinero de las nubes.
Ahí seguía Juan, comiéndose el barro de la tierra, soltando los depósitos de las nubes, despertando el fragor del trueno. No quería librarse de la cera que taponaba sus oídos. Adelante siempre, nunca mirar hacia atrás, aunque las astillas salten de los palos del tambor. Así hasta ese teatro de donde brotan las flores del triunfo.
Despierta, dulce bombardino de Carlos. Vence al fracaso que intenta echarte a un lado. Conseguiste que en la noche de estío se acallasen el grillo y el ruiseñor. Vendrá tu brisa de primavera a humillar las ráfagas heladas que el obstinado Juan causa con su tambor.
¡Ya está! Una pizca de belleza basta a derrumbar una montaña de mediocridad. Las flores han cubierto los huecos que dejaron los vidrios rotos de las ventanas del teatro.
El tambor de Juan ha ido a parar al cieno del arroyo. Su canción se ha terminado.
Carlos ha desaparecido tras la puerta del teatro.
Pobre Juan, jamás podrás parecerte a él. Pero nada te impide seguir caminando por la anchura de la tierra. Nada te detiene, no hay esperanza que te esclavice.
El camino te está llamando. El camino te llamará aun cuando andes de espaldas.
El jardinero de las nubes.
2 comentarios:
muy linda tu parabola. La esperanza versus los avatares de la vida. Hay que refugiarse en la esperanza cuando todo intenta golpear nuestro espiritu.Y son los detalles chiquitos los que engrandecen nuestro espiritu. un abrazo. judith
Hermosa y ejemplarizadora tu parábola amigo, leerte es siempre un placer.
Besitos
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