Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre. En efecto, cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os lo concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre (Jn 14, 12-14).
Toda mi vida he oído mentar las excelencias de la oración. Hasta la Biblia lo remarca una y otra vez: hay un poder muy grande en la oración sincera. Sin embargo, en no pocas ocasiones he visto que la oración no surte los efectos deseados, por lo que en la inmediata se sienten ganas de cargar las culpas a Dios… Es natural y muy humano.
Mi inteligencia nunca fue capaz de emprender altos vuelos, y mis análisis de lo físico y lo metafísico no rindieron los resultados apetecidos. Con esto quiero decir que tanto en la alegría como en la tristeza no pude abandonar la práctica de la oración. Es una fuerza superior a mí. La desdicha me azotaba, pero yo seguía rezando, apoyado en la farola donde la luz se derramaba a la par que la fría lluvia de invierno. Sin fuerzas para seguir adelante, decliné mis responsabilidades en cuanto a alentar esperanzas y dejé que Dios hiciera de mí una hoja batida por el viento de la adversidad. ¿Mostré acaso cobardía al no rebelarme ante sus designios? ¿No tuve valor de culparle por mi dolor y por las desdichas del mundo que me rodeaba?... No, dejando correr todos los sistemas filosóficos que mi torpe mente había asimilado, persistí en la costumbre de rezar a lo que no comprendía y que era como un océano embravecido sin la luz de un faro que rasgara el horizonte. No sólo no dejé de rezar, sino que acabé amando a aquello que no reflejaba justicia, que daba a quien no necesitaba y que quitaba a quien no tenía. Me interné en sus caminos, tan llenos de recodos, revueltas y ramales tenebrosos; los anduve sin saber a qué lugar me llevarían. Era el reflejo de la vida, y se acrecentaba mi amor por aquello a lo que la flecha de ninguna brújula apuntaba… Un estúpido que reza sin ningún sentido, habrá quien diga. Yo no sé si seré estúpido, pero lo cierto es que rezo.
Me fui este verano al descanso vacacional llevando conmigo cierta pesadumbre. Un paisano tuvo un aparatoso accidente de tráfico y quedó muy malherido, en estado de coma. Alguien me pidió que rezara por él, y me fui con el propósito de hacerlo. Cuando rezo me ayuda e inspira mucho saber el nombre de la persona por quien lo hago, y este paisano se llama Ángel, es electricista y tiene mujer, hijos, familiares y amigos en el pueblo. Le recordaba y no me causaba dolor rezar por él, cuando rezar por los enemigos sí que resulta doloroso.
Durante el viaje a Cantabria lo imaginaba en el hospital; se aferraba a la vida, lo mismo que mi oración se aferraba a la esperanza de que saliera adelante. Viajando recordé aquellas lejanas oraciones de un tiempo de mi vida, cuando todo mi empeño era revertir lo irremediable. La sangre quedó sola y negada de todo auxilio en un sembrado recién nacido, al lado de una carretera solitaria. La muerte sobrevino y el causante se dio a la fuga con las ruedas entre las piernas. No sé si éste habrá podido vivir con ese cargo de conciencia, pero con el paso de los años dejé de odiarle y también lo mencioné alguna vez en mis oraciones. Muchas horas de mi vida malgasté pidiendo lo imposible, con fe y hasta sin ella, con salud, enfermedad y escasos deseos de vivir… Mi oración de largos años fue desoída, pero saqué en claro mi personal estilo de rezar y que esto no era nada malo para mí.
Con Ángel la cosa sería distinta. Ángel estaba vivo y mucha gente rezaba a su manera por él en Aldea del Rey. Hay cosas de su vida que yo sé y él ignora, cosas que establecen cierto vínculo entre nosotros. Sería bueno para mí volver a recorrer por el sufragio de Ángel los caminos de la oración. Sería bueno empezar de nuevo como si hubiera sido la primera vez…
¡Oh Dios mío! Yo no soy nadie y mis pies están ausentes de calzado. Caminemos juntos y déjame alimentar la esperanza de que Ángel salga de ésta. Una vez me fallaste. ¿Acaso me vas a fallar siempre?
Iremos contando la historia de estos días vacacionales y de estos viajes que he emprendido para que el sol de la esperanza no se oculte en el ocaso definitivo. Mis anhelos de oración han sido causa de silencios en mi alma y en mi vida externa, pero cuando rezo soy egoísta: no puedo compartir los sentimientos que este acto me genera. Tanta costumbre de soledad me ha hecho rebelde e independiente; que nadie me diga lo que los demás hacen en estas circunstancias tan tristes, que seguro que yo no lo haré. El trabajo en equipo no es para mí, y menos en los asuntos en los que es necesario invocar la ayuda de Dios.
Mi inteligencia nunca fue capaz de emprender altos vuelos, y mis análisis de lo físico y lo metafísico no rindieron los resultados apetecidos. Con esto quiero decir que tanto en la alegría como en la tristeza no pude abandonar la práctica de la oración. Es una fuerza superior a mí. La desdicha me azotaba, pero yo seguía rezando, apoyado en la farola donde la luz se derramaba a la par que la fría lluvia de invierno. Sin fuerzas para seguir adelante, decliné mis responsabilidades en cuanto a alentar esperanzas y dejé que Dios hiciera de mí una hoja batida por el viento de la adversidad. ¿Mostré acaso cobardía al no rebelarme ante sus designios? ¿No tuve valor de culparle por mi dolor y por las desdichas del mundo que me rodeaba?... No, dejando correr todos los sistemas filosóficos que mi torpe mente había asimilado, persistí en la costumbre de rezar a lo que no comprendía y que era como un océano embravecido sin la luz de un faro que rasgara el horizonte. No sólo no dejé de rezar, sino que acabé amando a aquello que no reflejaba justicia, que daba a quien no necesitaba y que quitaba a quien no tenía. Me interné en sus caminos, tan llenos de recodos, revueltas y ramales tenebrosos; los anduve sin saber a qué lugar me llevarían. Era el reflejo de la vida, y se acrecentaba mi amor por aquello a lo que la flecha de ninguna brújula apuntaba… Un estúpido que reza sin ningún sentido, habrá quien diga. Yo no sé si seré estúpido, pero lo cierto es que rezo.
Me fui este verano al descanso vacacional llevando conmigo cierta pesadumbre. Un paisano tuvo un aparatoso accidente de tráfico y quedó muy malherido, en estado de coma. Alguien me pidió que rezara por él, y me fui con el propósito de hacerlo. Cuando rezo me ayuda e inspira mucho saber el nombre de la persona por quien lo hago, y este paisano se llama Ángel, es electricista y tiene mujer, hijos, familiares y amigos en el pueblo. Le recordaba y no me causaba dolor rezar por él, cuando rezar por los enemigos sí que resulta doloroso.
Durante el viaje a Cantabria lo imaginaba en el hospital; se aferraba a la vida, lo mismo que mi oración se aferraba a la esperanza de que saliera adelante. Viajando recordé aquellas lejanas oraciones de un tiempo de mi vida, cuando todo mi empeño era revertir lo irremediable. La sangre quedó sola y negada de todo auxilio en un sembrado recién nacido, al lado de una carretera solitaria. La muerte sobrevino y el causante se dio a la fuga con las ruedas entre las piernas. No sé si éste habrá podido vivir con ese cargo de conciencia, pero con el paso de los años dejé de odiarle y también lo mencioné alguna vez en mis oraciones. Muchas horas de mi vida malgasté pidiendo lo imposible, con fe y hasta sin ella, con salud, enfermedad y escasos deseos de vivir… Mi oración de largos años fue desoída, pero saqué en claro mi personal estilo de rezar y que esto no era nada malo para mí.
Con Ángel la cosa sería distinta. Ángel estaba vivo y mucha gente rezaba a su manera por él en Aldea del Rey. Hay cosas de su vida que yo sé y él ignora, cosas que establecen cierto vínculo entre nosotros. Sería bueno para mí volver a recorrer por el sufragio de Ángel los caminos de la oración. Sería bueno empezar de nuevo como si hubiera sido la primera vez…
¡Oh Dios mío! Yo no soy nadie y mis pies están ausentes de calzado. Caminemos juntos y déjame alimentar la esperanza de que Ángel salga de ésta. Una vez me fallaste. ¿Acaso me vas a fallar siempre?
Iremos contando la historia de estos días vacacionales y de estos viajes que he emprendido para que el sol de la esperanza no se oculte en el ocaso definitivo. Mis anhelos de oración han sido causa de silencios en mi alma y en mi vida externa, pero cuando rezo soy egoísta: no puedo compartir los sentimientos que este acto me genera. Tanta costumbre de soledad me ha hecho rebelde e independiente; que nadie me diga lo que los demás hacen en estas circunstancias tan tristes, que seguro que yo no lo haré. El trabajo en equipo no es para mí, y menos en los asuntos en los que es necesario invocar la ayuda de Dios.
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
3 comentarios:
De nuevo has hecho brotar lágrimas en mis ojos y seguro en los de muchísimas personas que lean este precioso y a la vez triste relato.Dios ha querido que Angel siga entre nosotros,muchas personas inocentes se fueron para siempre.Que Dios te bendiga.Su familia y él seguro te estarán eternamente agradecidos.Un abrazo.
No soy muy amiga de rezar pero se que los caminos de Dios son impredecibles. A veces es bueno pedir algo humildemente y ponerse en manos de el. He querido practicar siempre: " Que se haga tu voluntad y no la mia " Aunque se que no es facil. Ver a los seres queridos que sufren lo golpean mucho a uno el alma. Y en ocasiones le dan mucha impotencia. Pero lo que queda es ponerse en manos del Padre. un abrazo, y gracias por deleitarnos este texto cargado de fe.
Hola amigo mío tanto sin visitarte... ahora podre regresar con esta nueva historia o propia o no, rezar es una costumbre muy religiosa, muchas veces la gente repite lo mismo durante años, yo no tengo nada que decir es una manera como cualquier otra, yo le pido a Dios, al Dios de todos o le hablo, le elevo una oración diferente o muy parecida, porque siempre agradezco que él me escuche y también pido por los necesitados, por mi país, por mi familia, en fin es una oración diferente o con palabras diferentes, ya sabes que no profeso ninguna religión, el señor vive en mi, bueno amigo te sigo.
Besos
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