lunes, 16 de marzo de 2009

Ya florecen los almendros (febrero de 2008)


Nuestro buen amigo Feliciano Moya, poeta de los pinceles, me ha informado en su último mail que ya están floreciendo los almendros en Aldea. ¡Y que no esté yo allí para que mis ojos se recreen en semejante milagro de la Madre Naturaleza!

Una vez, en los días de mi triste adolescencia, mientras me paseaba por entre las ramas en cierne de los almendros del camino de la Cueva del Alguacil, presencié algo maravilloso, a lo que la Naturaleza no nos tiene muy habituados:

Deambulaba yo por entre las piedras sobre las que se yerguen los troncos de los almendros. Había vestigios de humedad, que ayudaban a rememorar las copiosas lluvias de los días anteriores; las piedras estaban rebozadas de barro. Sólo una única nube, muy ligera y transparente, osaba semejar divieso en el rostro de un cielo con vocación de primavera. De muy lejos llegaban a mis oídos los balidos de un rebaño de ovejas. El sol picaba con resabios de resistidero veraniego. Mi mente estaba imbuida de los melancólicos pensamientos de un adolescente solitario. Mi corazón suspiraba a causa de una muchacha cantante, que solía salir en televisión por aquel entonces, y yo imaginaba lo que no podría ser y lo que jamás ha sido.

De repente, desde el Norte azotó mi rostro una violenta ráfaga de viento. Mis pies trepidaron tratando de guardar el equilibrio sobre las piedras, y las ramas de los almendros se estremecieron con impresionante sonoridad. Entonces comenzó el milagro...

Una cortina de pétalos blancos se extendió por todo aquel sector del cielo. El vendaval formó un tirabuzón y los pétalos ascendieron una altura inusual. Mis ojos vieron lo que deseaban ver: los pétalos conformaron el rostro de mi cantante suspirada; sus ojos propiamente almendrados; los adorables arcos de sus cejas de trigal; sus labios del color de las pasas de Corinto; su nariz como el promontorio de una isla de los mares del Sur; y su cabellera de oro tibio, cuyas ondulaciones parecían los acordes de un arpa de hierba. Yo estaba extasiado, rescatando colores de la blancura de los pétalos. Poco faltó para que mi trasero midiera las piedras del suelo.

De súbito, el aire se apaciguó y cayeron los pétalos en nívea lluvia, describiendo ágiles molinetes en su apacible descenso. Cayeron en mis cabellos y en mis hombros, y aquello me supo a beso onírico. La nubecilla de poco antes había sido asimilada por el vasto azul del cielo.

Y yo seguí caminado entre los almendros desflorados, rumiando el sueño que la Naturaleza me había ayudado a ilustrar.

Sí, querido amigo mío; ya están floreciendo los almendros.

Ilustración: “Almendros en el Berrocal” de Feliciano Moya.

El jardinero de las nubes.

6 comentarios:

Martha Jacqueline Iglesias Herrera dijo...

He venido por mi lluvia de flores de almendros.
Es un escrito precioso... tan espiritual, tan... casi celestial.

Un abrazo.
Bye bye

Anónimo dijo...

Muy bonito el campo si señor,una maravilla contemplar los almendros,un abrazo para ti y otro para Feliciano.

lagentealdeana dijo...

Florecen los almendros en primavera al igual que florece, cada día, una inspiración literaria digna de muchos más reconocimientos, además de los que ya has recogido...

Un abrazo.

Anónimo dijo...

GRACIAS JARDINERO por dulcificar algunos días oscuros con tan bellos escritos ...

GRACIAS JARDINERO por este bello relato...que nos alegra y nos ayuda a desconectar de los pequeños sinsabores del día a día ...

CcH

lanochedemedianoche dijo...

Qué romántico escrito, se siente que los pétalos formar una nube blanca y suave, y dabas el contorno de tu cantante favorita y amada, en la adolescencia nos enamoramos con una canción, sabes... tiene poesía este hermoso texto.

Besitos

judith dijo...

de verdad muy lindo. Que bella manera de expresar la naturaleza en tu corazon. un abrazo