Todo lo hermoso tiene una eclosión y después un declive. Al hombre bueno se le hacía insufrible encajar las críticas de sus semejantes. Si seguía en su actitud de apoyar al perro vagabundo, no tardaría en hacerse acreedor del desprecio de las gentes. Siempre se dieron en la Historia grandes acciones que no vieron su culminación por causa de la cobardía... Y el hombre bueno se sintió inquieto por lo que los demás pudieran pensar de él; y de ahí arrancó un nuevo período de tristeza para Reeec.
El pobre animal hizo caso omiso de las primeras muestras de tibieza por parte del hombre bueno. Necesitaba de alguien como el hombre bueno al cual consagrar todo su amor... Y también necesitaba que ese alguien le respondiera en los mismos términos. Pero, para su desilusión, notaba la aspereza del ceño del hombre bueno al ver que le seguía a todas partes igual que su sombra. Las gentes encontraban en esta circunstancia motivo de escarnio.
–¡Vaya con el perrito!... ¡Se le ha pegado a los faldones!
–Perro es quien es querido de perros.
–¡Bonita escolta se ha buscado el tontarra ése!
–¿Qué tratará de demostrarnos? ¿Que es más bueno que ninguno?... Bueno se ha de ser con las personas, no con los sacos de pulgas.
Estos comentarios no andaban ocultos a los suspicaces oídos del hombre bueno. Y lentamente le iban sumiendo en un estado de irritación creciente, cuyo culmen no se veía lejos.
–¡Perro, no te me pegues tanto! –le espetó cierto atardecer a Reeec, con un tono asaz desagradable.
Esa noche Reeec no recibió comida por parte del hombre bueno. Sabía que por un motivo u otro estaba enfadado con él. Pero no quiso faltar a su fidelidad canina, y toda la noche la pasó tendido sobre el sardinel de la puerta de la casa del hombre bueno. El ábrego barría con su ardiente soplo las calles del pueblo, portando en su seno infinidad de briznas de paja, pues ya era llegado el tiempo de la siega. Reeec, ignorante de los requerimientos de su estómago, se adormeció contemplando las estrellas.
A la mañana siguiente era domingo. Las gentes marchaban calle abajo con sus mejores galas, camino de la Iglesia. Al pasar junto a Reeec, le dirigían miradas no muy cristianas, que él ignoraba, esperanzado como estaba de ver aparecer la figura del hombre bueno en el umbral de su puerta.
–¡Maldita sea! ¿Me vas a dejar en paz de una vez? –le increpó el hombre bueno nada más verlo tendido en el sardinel.
Reeec, todos sus miembros en vilo, percibió el anuncio de una catástrofe en el tono de voz de aquél. Alzó repetidas veces sus orejas para ver si así lo impresionaba; tenía comprobado de antes que este gesto suyo le divertía mucho. Sin embargo, todo fue en vano... ¿Qué podía hacer para restaurar la ternura del hombre bueno?
En una de las veces que agitaba el pescuezo para llamar la atención de su ocasional bienhechor, se le desprendió la soga que aquél le colocara a modo de collar... En el suelo se quedó; el hombre bueno no quiso ceñírsela de nuevo, y, sin más añadir, se fue adonde iba la demás gente. Reeec quiso ir en pos de sus pasos; mas en cuanto el hombre bueno advirtió esta maniobra, le hizo un ademán de amenaza con el brazo, lo cual fue motivo de sin par confusión para el perro... La amistad en los humanos es un sentimiento de todas veras frágil.
En los días que siguieron, la situación de Reeec no presentaba signos de mejoría. Mal que le pesase, se veía en la precisión de admitir el desapego del hombre bueno hacia él... Ya no volvió a saborear aquellos manjares nocturnos. Estaba tan abandonado a la Providencia como las aves del cielo.
Hubo una última vez. Después de casi quince días de no saber el uno del otro, en el transcurso de un cálido atardecer, Reeec volvió a encontrarse con su protector de marras. No pudo evitar que la alegría le inundara el corazón al verlo. Sus patas le llevaron por propio impulso adonde estaba el hombre bueno.
–¡Diantre! ¿Todavía andas por aquí? –dijo éste, presa del asombro.
Reeec respondió con un ladrido de júbilo.
–¡No quiero saber de ti! ¡No quiero verte más! ¡Desaparece presto de mi vida!
Y el hombre bueno agarró una piedra del suelo, e hizo ademán de tirársela al pobre animal.
Reeec no aguardó a que aquello sucediera: en la inmediata se alejó del lugar un centenar de metros. Luego se paró en seco, y se quedó mirando cómo el hombre bueno desaparecía de su vista... y de su vida por añadidura. Jamás volvería a verle. A pesar de todo, en su corazón pervivía un sentimiento de honda gratitud, motivado por los favores que el hombre bueno le había hecho... En esto pensaba mientras aquél se perdía a sus ojos, entre las sombras crepusculares.
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
2 comentarios:
Que increíble, todavía sentía gratitud a pesar de que el hombre bueno ya no lo quería, que cosa tienen estos hermosos animales que les falta tanto a nuestros pares, la historia la vivo porque amo a los animales, y desearía que muchos dejaran de lastimarlos, te sigo esperanzada de que encuentre un buen lugar.
Besos
¡Qué triste jardinero!
no deberíamos cebarnos con la mala suerte de este perro. Seguiré tu lectura y ya tengo ganas de que algo bueno y duradero le suceda.
Aunque llegados a este punto de la historia no tengo ni idea de cómo continuará.
Un abrazo.
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