sábado, 8 de noviembre de 2008

El conjuro de Cáceres (parte II)


Después de hacer una breve parada en las tiendas de recuerdos que bordean la hermosa Plaza de San Jorge, continuamos nuestra visita, subiendo unas empinadas escaleras, hasta desembocar en la emblemática Plaza de las Veletas. Mientras íbamos acercándonos allí, vimos en el patio de entrada de un restaurante una pareja de hermosos pavos reales, y además nuestros oídos fueron acariciados por los aires de una saeta flamenca entonada por un meritorio adolescente. En el cielo imperaba un grato sol invernal, desmintiendo la primera parte del conjuro de la gitana. En la Plaza de las Veletas nos detuvimos de nuevo, circunstancia que el guía aprovechó para comunicarnos que a renglón seguido íbamos a poner término a nuestro recorrido visitando el Museo Arqueológico Provincial, radicado en la Casa de las Veletas. En la fachada de este edificio se distinguía un gran cartel que anunciaba una singular exposición en el aljibe subterráneo del museo: tenía por título "Serpientes", y el autor era el escultor Andrés Talavero.

-No se preocupen -nos tranquilizó el guía-. Aunque las serpientes se vean dentro del agua, no son de verdad. Son figuras de terracota, porque de otra manera yo sería el primero que no entraría allí.

No es extraño que después de esta aclaración, lo único que nos atrajera del museo fuese la exposición de serpientes de terracota, que en su conjunto sumaban casi trescientos ejemplares.

Como el nuestro no fuera el único grupo interesado en pasar al aljibe, tuvimos que guardar cola cerca de una hora en corredores angostos, cuya anchura apenas si permitía el paso de una persona. Finalmente nuestra paciencia se vio recompensada, y por unas escaleras muy estrechas y empinadas descendimos al mundo misterioso que nos prometía la exposición.

-Jardinero, ve tú delante -me dijeron a un tiempo Lola y Jesús, y no pude por menos de hacerles caso.

En cuanto eché la primera mirada al aljibe, me asaltó la impresión de encontrarme entre los arcos de la mezquita de Córdoba, aunque toda ella inundada y alumbrada por una luz exigua. Y allí se veían las serpientes por todos los rincones, exhibiendo su más temible muestrario de contorsiones. La escena estaba iluminada por unos débiles focos situados en lugares elegidos adrede. Las aguas parecían recubiertas por una capa de metacrilato, y una leve ondulación de la superficie sugería la sensación de que las serpientes no estaban tan inmóviles como se hubiese esperado, teniendo en cuenta la materia inerte que las constituía. Nosotros avanzábamos por una frágil pasarela de barandilla aún más frágil. Tal pasarela discurría adosada a los viejos muros, y como Lola y yo íbamos abriendo la marcha, fuimos también los primeros en llegar al extremo final del aljibe. Detrás de nosotros, se encontraban los demás integrantes del grupo (a lo sumo unas cincuenta personas), tan estrechamente apiñados que casi no había posibilidad de movimiento.

A todo esto, el guía nos dio un leve apunte sobre la historia del aljibe, y su voz reverberó en los muros con tanto estrépito, que se hubiera dicho que las serpientes estaban despertándose de su pétreo letargo.

Mari Ángeles comenzaba a mostrar síntomas de agobio debido a las apreturas a que nos veíamos sometidos. Incluso llegó a expresarnos en voz baja su intención de abandonar el claustrofóbico recinto, cosa que de entrada era totalmente imposible.

-Ahora, si son tan amables, miren al techo -nos indicó entonces el guía, y enseguida le hicimos caso-. Observen esas aberturas por las cuales penetra la luz del día. Imagínense la cantidad de agua que tenía que pasar a través de ellas para inundar por completo este lugar...

Fue en ese preciso instante que Lola se puso a gritar como una desaforada. Al mirar nuevamente el agua del aljibe, se nos pusieron los pelos como escarpias. Ante nuestros espantados ojos las serpientes realizaban toda suerte de movimientos ondulantes, cual si todas ellas hubiesen cobrado vida al unísono. El pánico se generalizó entre todos los que estábamos allí, y acto seguido empezaron a menudear los gritos y los intentos desesperados por abandonar el aljibe.

-¡La maldición de la gitana! -exclamó Lola con voz entrecortada.

Aún no me explico cómo conseguimos vernos fuera del tenebroso aljibe. En tanto que salíamos atropelladamente de allí, nos imaginábamos que las serpientes se nos iban a enroscar en las piernas para inyectarnos la ponzoña de sus colmillos. Tanto pánico dejábamos entrever en nuestras fisonomías, que el grupo de visitantes que estaba esperando a que nosotros saliéramos desistió de realizar tan aterradora visita. Así se terminaron las colas en el museo por aquel día.

¡Cuánto agradecimos vernos de nuevo bajo el amable cielo azul! Mientras recuperábamos el aliento tan largamente contenido, Anabel reclamó la atención del grupo de amigos para decirnos:

-Las serpientes se movían porque se me ha caído el móvil al aljibe, y eso ha provocado esa fuerte oscilación del agua, tal que parecía que las serpientes se estaban moviendo realmente.

Tras esta tardía explicación, todos nos consultamos con la mirada. Y al momento arrancamos a reír, y no pudimos parar de hacerlo hasta que entramos al Parador de Cáceres para reponernos de las fatigas y emociones de esa mañana turística.

Al final la gitana había acertado en la segunda parte de su conjuro.

FIN

El jardinero de las nubes.

Foto: Aljibe mencionado en el relato y en el que en 2002 tuvo lugar la asimismo mencionada exposición.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesantísima historia, sin duda.
Y tan bien contada que me atrapó de principio a fin.
Sin duda, concluyo, que es uno de tus mejores trabajos.
Me encantó y la foto es genial, ha hecho que me sitúe mas en la escena.
Enhorabuena.
Un beso.

lanochedemedianoche dijo...

Mira, yo creo que también salía disparada de allí, jajá, realmente una bella historia narrada con maestría, me encanto leerte amigo.

Besitos

magaoliveira dijo...

He aprendido mucho de ti, lo mejor es aprender de personas que tienen un lazo especial con nosotros, donde prima el cariño y el respeto. Gracias por regalarnos estos textos que deleitan y cautivan. Un beso mi amigo, Mi Gran Jardinero.

judith dijo...

decidi echarme una paseadia por tu blog. La verdad me has impresionado, y me ha entristecido bastante la desventuras del perrito. De verdad te admiro mucho, por tus grandes relatos y la forma en que narras tus historias. un abrazo bien grande.
judith

Terechuli dijo...

¡Muy bueno! Los que se creen iluminados y con un don especial para las predicciones basan su "ciencia" en las debilidades de los demás, y a veces, incluso aciertan.
¡Enhorabuena, te ha salido bordado!