martes, 18 de noviembre de 2008

Gratitud, la historia de un perro vagabundo (I): Presentación


SIN DUDA, ME ATREVERÍA A DECIR QUE ES LA HISTORIA MÁS TRISTE QUE JAMÁS HE ESCRITO. UN LECTOR LLEGÓ MÁS LEJOS EN SUS HALAGOS A ESTE CUENTO, Y LLEGÓ A DECIRME QUE JAMÁS HABÍA LEÍDO NADA TAN HERMOSO.

HACE MUCHOS AÑOS, DURANTE UNA PRIMAVERA, ABUNDABAN EN LAS CALLES DE ALDEA DEL REY LOS PERROS VAGABUNDOS. MUCHOS PROCEDÍAN DE LAS REALAS DE PERROS DE LAS CACERÍAS, Y ERAN ABANDONADOS POR SUS DUEÑOS AL QUEDARSE TULLIDOS EN EL EJERCICIO DE SUS FUNCIONES. UNA VEZ PRESENCIÉ EN EL “RANCHAL” (UN RESTAURANTE DE CARRETERA DE ALDEA) UNA ESCENA QUE ME CUAJÓ LA SANGRE EN LAS VENAS: DOS CAZADORES BORRACHOS AMORRARON UNA BOTELLA DE PONCHE A UNA PERRA GALGA, Y LUEGO SE DIVERTÍAN VIENDO CÓMO EL POBRE ANIMAL IBA DANDO TUMBOS POR LA EMBRIAGUEZ FORZOSA.

POR AQUELLOS ENTONCES CONOCÍ A LA “PERRILLA COJA”, COMO YO DI EN LLAMARLA. ERA UNA PERRITA PERDIGUERA MUY BONITA, CON LAS OREJILLAS CAIDONAS Y EL PELAJE DE COLOR ARCILLOSO. DEAMBULABA POR LAS CALLES DE ALDEA, ARRASTRANDO LA PATA TRASERA IZQUIERDA. ALGUNOS DE LOS EPISODIOS QUE ME ACONTECIERON CON ELLA, LOS REPRODUZCO LITERALMENTE EN ESTE CUENTO.

DECIDÍ QUE DEBÍA HOMENAJEAR A ESTOS SERES INDEFENSOS UNA NOCHE LLUVIOSA EN ALDEA. PASABA YO POR LA PLAZA DE LA PALMERA, Y VI A LA PERRILLA COJA ALEBRADA EN LOS ADOQUINES. ME MIRÓ Y EL CORAZÓN SE ME ENCOGIÓ. ME ACERQUÉ A ACARICIARLA, Y ELLA, TEMIENDO QUE PUDIERA HACERLE DAÑO, SOLTÓ UN GAÑIDO DESGARRADOR Y HUYÓ DE MI PRESENCIA INCORPORÁNDOSE DOLOROSAMENTE SOBRE SU PATITA BALDADA. LUEGO, EN LOS SIGUIENTES DÍAS, ME HICE SU AMIGO, Y CUANDO UN DÍA DEJÉ DE VERLA POR LAS CALLES DE ALDEA, ME PUSE A ESCRIBIR ESTE CUENTO CON EL CORAZÓN LLENO DE TRISTEZA.

QUE SIRVA DE HOMENAJE A NUESTROS HERMANOS MENORES.



Sirvió a los niños de mascota y entretenimiento en tanto que cachorro; ellos le pusieron el atípico nombre de Reeec. Luego creció y adquirió un tamaño que, aun sin ser excesivo, resultaba incómodo, por cuanto comía con un apetito de lobo y era además muy travieso. El amo decidió por esto botarlo de su casa, para lo cual hubieron de encerrar en una cámara de grano a Centella, la galga tigreña que era su madre y que lo había concebido de un pastor belga que cuidaba del ganado del amo. Centella hubiera armado un gran alboroto al ver que se llevaban a su hijo lejos de ella.

Reeec fue conducido en la furgoneta del amo a un paraje agreste y solitario, y allí el mismo amo lo despidió a palos.

Reeec, cabizbajo y dolorido, vio cómo la furgoneta se alejaba por el inhóspito sendero.

Un rato después, sus tripas empezaron a rugir de hambre. Estaba en un páramo donde difícilmente encontraría algo qué comer. Probó a mordisquear una ramita de retama, que le supo muy mal a su paladar, y la escupió asqueado; así aprendió que lo verde que crecía por doquier no podía servirle de manutención. No obstante, antes de caer la tarde, consiguió capturar un ratoncillo campestre, cuya carne cruda al principio le repugnó; pero inmediatamente comprendió que ése era el mejor (y tal vez el único) bocado que iba a conseguir en semejante yermo, y lo despachó en unas cuantas dentelladas.

La tarde se fue vistiendo de luto. Las primeras estrellas emitieron destellos en las profundidades del cielo, y el cierzo comenzó a hostigar el páramo. Las crecidas yerbas y las retamas se quejaban amargamente del impiadado contacto del Norte. Pocos minutos después, el páramo se había tornado un mar de lamentos.

Reeec no encontraba donde refugiarse del frío. Sus enflaquecidas patas no hallaban asiento en la masa de yerbajos sobre la cual se movía. La luna en cuarto menguante apenas si abría brecha en las tinieblas circundantes. Al rumor del viento añadíase el lúgubre crascitar de las cornejas.

Mucho trabajo le costó a Reeec coronar la cumbre de una loma chata. A sus espantados ojos surgieron las luces del pueblo en lontananza, como un faro de esperanza en mitad de un mar azotado por la tempestad.

El sol se abría en un cielo violáceo para cuando llegó, tras penosa marcha, a los límites del poblado.

Reeec era un perrillo astuto e inteligente, y no le fue difícil dar con la fachada delantera de la que había sido hasta ayer su casa. Sintióse invadido por una emoción sin precedentes. No pudo sustraerse al deseo de prorrumpir en potente ladrido. El gallo mañanero no consiguió hacerse oír en medio de semejante alboroto. Respondiendo a la llamada de Reeec, Centella, su madre, hízose notar en el interior del inmueble; reconocía la voz de su hijo, y deseaba con ardor que los muros que la cercaban se desmoronasen para correr al encuentro de aquél.

CONTINUARÁ...

Fotografía de Carlos Gustavo Barba Alcaide, extraída de su blog “Aldea del Rey de Natural”.

El jardinero de las nubes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es triste que circunstancias como la que cuentas es el prólogo de tu relato, sucedan. Es penoso que exista gente capaz de hacer algo asi.
Sin duda esta primera parte del cuento está lleno de ternura, la que nos produce un ser indefenso como Reec.
Seguiré leyendo....