Con ocasión de este último percance, Reeec perdió toda alegría de la vida. Después que aquellos malhechores se hubieran ido lejos, regresó adonde estaba el cadáver de la perrita y en vano intentó que respondiera a sus caricias y a sus gañidos lastimeros. Quedóse velándola mucho tiempo, hasta que finalmente comprendió que toda guardia sería inútil: la perrita nunca volvería a la vida. Hormigas y moscas comenzaban a asediarla para cuando Reeec decidió retornar al pueblo.
A partir de entonces, no se vio por allí perro de más triste catadura que la suya. Tan abismado iba en su dolor, que era ignorante a los estragos que el hambre le estaba causando: apenas si comía lo suficiente para mantenerse con vida. En su errante callejeo conoció bastante del desprecio que los humanos dispensan a los que creen sus inferiores; no lo veían siquiera como un animal, sino como un almacén de pulgas y garrapatas. Los niños le arrojaban piedras al paso, acertándole las más de las veces. Los automovilistas le atronaban los oídos con el berrido de sus claxones... No encontraba un solo rincón de amparo adonde quiera que se encaminara.
Un día desistió de sus esperanzas de permanecer con vida. Alebróse en una acera, cerca del sardinel de una puerta, con ánimo de entregarse a un sueño profundo y quizá definitivo.
En esta situación, hizo la noche su presencia. Asombrosamente, nadie transitaba por el lugar donde Reeec se había tumbado. Reeec, desfallecido de hambre y agotamiento, lo veía todo como en un espejo deformante. Sonaron las diez en el reloj del Ayuntamiento, y, después de esto, los pasos de una persona se hicieron audibles a lo largo del pavimento de la calle. El instinto le hizo a Reeec prevenirse de un posible encuentro desagradable; se alzó sobre sus cuartos traseros, y puso todos sus miembros en estado de alerta.
Los pasos se fueron acercando paulatinamente, hasta que tras un recodo de la calle surgió la figura de un hombre joven. Llevaba los oscuros cabellos al desgaire y vestía unas ropas nada elegantes: camisa a cuadros blancos y azules; chaqueta de lana color de herrumbre, hecha pelotillas por el constante uso; y unos pantalones vaqueros, blanqueados a costa de lavarlos numerosas veces con lejía. Por lo demás, el hombre era de constitución delgada aunque de estatura no muy alta.
Un sí es no es de afabilidad alentaba en su rostro, y este matiz indujo a Reeec a mantenerse quieto en el sitio. Al primer golpe de vista había adivinado que ese humano no representaba ningún peligro para su integridad física. Con todo y con eso, Reeec no dejó de rebullirse, preparado para emprender la escapada en caso necesario.
CONTINUARÁ…
El jardinero de las nubes.
2 comentarios:
Sospecho un cambio en la vida de Reeec, un alma caritativa una persona que será amistosa y cariñosa, me gustaría que así fuera… pero la historia sigue su curso veremos al final, te sigo.
Besitos
Relatas muy bien la tristeza del perro al sentirse desamparado y no recibir ni una sola muestra de cariño por nadie.
Aunque ese personaje misterioso que ha entrado en escena puede cambiar las cosas....(o no)
Sigo leyendo......
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