domingo, 23 de noviembre de 2008

Gratitud, la historia de un perro vagabundo (VI): Luces y sombras


Sin embargo, el hombre bueno se las prometía muy felices... No por llevar Reeec la distinción de la soga anudada en torno al cuello, la gente dejó de hacerle patente su más encarnizado desprecio... Y fue entonces cuando valoró en su justa medida al hombre bueno. Este último no sólo satisfacía su apetito, sino que usaba con él unos modos cordiales que eran una auténtica caricia para su alma; caricia tanto más necesaria cuanto que ya llevaba saboreados muchos sufrimientos.

El hombre bueno nunca le ofreció abiertamente la entrada a su casa, tal vez por no incomodar a esa mujer sexagenaria que vivía con él; le daba, eso sí, todo lo que podía de comer. Esa etapa de la vida de Reeec no estuvo exenta de cierta belleza; era algo maravilloso, sin posible expresión de la palabra, reconocer en los aires del pueblo el aroma de un ser venerado... Y las calles fueron testigos mudos de las andanzas del perro y del humano, siempre en estrecha camaradería. Cumplíase el tópico de la perfecta amistad: el perro siempre ha sido y será el mejor amigo del hombre.

Pero había ojos que no hallaban descanso a mal mirar tan hermosa relación. Comenzaron a señalar al hombre bueno como si de un loco se tratara, por haberse granjeado el cariño de un perro vagabundo. Las befas flotaban en el espacio aéreo que el hombre bueno atravesaba... Unos y otros decían:

–¡Ya va el tonto con su última tontería!

–Nunca fue muy normal ese muchacho.

–... tonteando con el perro. Si no se decide a adoptarlo, ¿para qué diantre querrá que le coja cariño?

CONTINUARÁ…

El jardinero de las nubes.

2 comentarios:

lanochedemedianoche dijo...

Nada saben de afectos, un perro de la calle sabe darte tanto amor que llegas a sentirlo solo al mirarlo, te sigo amigo, gracias por pasar por mi casita.

Besos

Anónimo dijo...

Cuando los necios hablan los demás deberíamos hacer oídos sordos....

Buen capítulo.
Te sigo...