La cosa fue degenerando. Al cabo de pocos días, le entró a Reeec el moquillo, esa enfermedad que deja a los perros para el arrastre. Reeec no tenía veterinario que mirara por su salud. Pasaba las horas tosiendo y moqueando. Sus fuerzas le iban abandonando por momentos. Ahora que estaba enfermo, la gente se ensañaba con él más que antes.
–¡Maldito chucho! ¡A ver cuándo le pegan dos tiros!
Reeec había alcanzado la cumbre de sus padecimientos; ya sólo le faltaba el detonante final.
Una tarde, caminando por una era solitaria, vio (o más bien creyó ver, pues ya le fallaba mucho la vista) a su madre corriendo por los anchos espacios amarillentos. El amo la contemplaba con ostensible arrobo, pues se preciaba de ser el propietario de la galga más veloz de la comarca, y de ahí que la sacara cada tarde a darle picadero.
Reeec hizo acopio de sus más que mermadas fuerzas para emitir un ladrido angustioso, que quebró todos los sonidos del entorno. En la inmediata que lo oyó, Centella se refrenó en su veloz carrera, miró en la dirección de donde había provenido el ladrido familiar, y acto seguido emprendió otra carrera, esta vez más feliz, para reunirse con su añorado hijo.
El reencuentro fue sumamente conmovedor, menos para la perversa alma del amo, quien no dejó de verlo con muy malos ojos. Reparando en el demacrado aspecto de Reeec, echó de ver que estaba enfermo de moquillo. Entonces le acometió el temor de que su preciada galga pudiera acabar contagiada como consecuencia de esas zalamerías caninas. Viéndose en tal situación, armóse de la primera piedra que encontró y comenzó a correr al encuentro de los dos perros. Mientras lo hacía, gritábale a Centella:
–¡Chica, ven pa'cá! ¡Quítale los moros de encima a ese carro de mierda! ¿No ves que te va a pegar el moquillo?
Reeec recibió el cantazo en pleno costillar; tantos había recibido en semejante parte, que ya el dolor le llegaba muy amortiguado. Con todo y con eso, tuvo que volver a separarse de su madre. Centella quiso seguirle, pero en ese preciso instante llegó el amo a su altura y la agarró del collar, frenando todos sus desesperados movimientos. En el cálido aire de la era resonaron con estridencia los ladridos de la galga, hasta que al final Reeec dejó de avistarse a lo lejos.
–Hay que hacer algo con ese chucho –se dijo el amo–. Enfermo como está, representa una seria amenaza para la salud pública.
Esa noche Reeec creyó que se moría, no tanto por los efectos agudizados de su enfermedad como por la tristeza que lo embargaba al haberse vuelto a separar de su madre. Estuvo debatiéndose en todo género de pensamientos melancólicos. Sin poder reprimirse, prorrumpió en gañidos lastimeros; gañidos que no fenecieron en su garganta hasta que el sueño acudió a confundirle la conciencia con su dulce aureola de consuelo. Pronto lo único que se escuchaba de él, era el irregular silbido de su respiración catarrosa. Entretanto, su cuerpo se veía sacudido por fieros escalofríos.
Su despertar no pudo ser más amargo: notó la presión de un lazo corredizo en torno a su escuálido cuello. Abrió dolorosamente los ojos, y vio junto a sí a una pareja de guardias municipales, uno de los cuales le atenazaba el cuello con el lazo.
–Este chucho es del que nos ha avisado el dueño de la galga veloz. ¿Lo llevamos a sitio desierto? –preguntó este guardia a su compañero, el cual asintió, acariciando la funda de su pistola con gesto significativo.
CONTINUARÁ…
El jardinero de las nubes.
3 comentarios:
Qué tristeza para Reeec, saber que está siendo trasladado quien sabe a dónde, espero que sea para su curación, el moquillo es grave y en esta ocasión Reeec no tiene muchas chances… historia que sigue dejándome esa sensación de lo poco que hacemos por los animales, muchos solo los tienen para mostrarlo, te sigo esperanzada.
Gracias por pasar por mi casa y dejarme tu amistad.
Besos
Tus textos son tan especiales, la maga te sigue mi Gran Jardinero.
Me ha emocionado este capítulo por lo duro y cruel que es. Y por lo mucho que transmite.
Muy sentido....
Te felicito.
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