sábado, 29 de noviembre de 2008

La expedición ornitológica (I): Ancona


"LES AGUARDA UN VIAJE APASIONANTE POR EL NORTE DE ITALIA: QUE LO DISFRUTEN".

LIBRO DE LAS MEMORIAS DE PAUL MICHAEL BRAUN, ORNITÓLOGO DEL REINO DE LA GRAN BRETAÑA

¿Cuándo comenzó mi amor por la Naturaleza..., más en concreto, mi desmedido amor por las aves? Retrocedo en el tiempo, y detengo mi memoria en el momento en que acababa de cumplir ocho años. Mi vida hasta ese entonces no difería apenas de las demás vidas: el nacimiento, el alcance de los primeros atisbos de consciencia y los centenares de preguntas que comenzaba a ocasionarme mi paso por el mundo. Yo caminaba por la vida ansioso de encontrar respuestas a cada interrogante que me planteaba.

En el momento de cumplir los ocho años, mi familia y yo vivíamos en una villa de Ancona. Mi padre era armador de buques, y entonces aquél era su lugar de trabajo y residencia. Así fue cómo mi blanca piel empezó a teñirse con el bronceado del Adriático.

Fue precisamente en el verano de 1799 cuando conocí a Genaro Andolini. Él fue la persona que marcó mis primeras impresiones dignas de tenerse en cuenta.

El 7 de julio de 1799 cumplía yo, en consecuencia, ocho años de edad. Tras una opípara merienda en el jardín de la villa, acompañado de mis padres y de mis tres hermanas mayores, salí a dar un paseo por el litoral, con ánimo de lucir el hermoso sombrero de tres picos que había recibido a guisa de regalo.

A lo primero no hice caso del banco de nubes que se estaba amontonando en el cielo de Ancona. El viento soplaba recio desde las montañas, y comenzaba a refrescar un poquito. Incluso, si se aguzaba el oído, podía percibirse el amenazante crepitar de los truenos en lontananza.

Llegué a la costa, y me quedé extasiado contemplando las incursiones de las olas en los bajíos. En el puerto podía verse cómo el agua pugnaba por ganar las alturas de los malecones.

–¡Eh, bambino rico! –escuché de pronto a mis espaldas.

Me puse a temblar como un azogado, ya que acababa de reconocer las voces de los niños calabreses que desde tiempo lejano me tenían tomado como el objeto de sus escarnios.

No me paré ni a mirarles siquiera: me puse a correr con tanto ímpetu, que ni me di cuenta de que mi regalo de cumpleaños se me había escapado de la cabeza. Yo sabía que los niños calabreses venían a por mí, pero igualmente sabía que, con las magníficas piernas que Dios me había dado, no tardaría en dejar muy atrás a mis perseguidores.

CONTINUARÁ…

El jardinero de las nubes.

5 comentarios:

lanochedemedianoche dijo...

Me parece muy poético este relato que comienzas junto al mar observando las nubes y el piar de las aves, con la esperanza de un viaje encantador te sigo amigo.

Besos

Unknown dijo...

Hola, amigo jardinero.
He enlazado tu blog al que acabo de abrir por aquí, para dar cuenta de la red.
Seguiré tu relato en BE, pero quiero dejarte un saludo por aquí.
Un abrazo.
Anna

judith dijo...

seguire tu relato. se ve muy interesante

Anónimo dijo...

Yo tambien seguire la historia esta aqui que gas narrando, es linda y me apetece seguir la lecture. Besos.

Anónimo dijo...

*vas narrando. Perdona Los errores de mi iPad.