martes, 23 de diciembre de 2008

La nieta del afilador, una historia navideña (V): La tradición cumplida



-¡Mirad allá! -exclamó alguien, extendiendo su brazo hacia el ventisquero.

La nieve formaba remolinos cayendo de la nube. La nube dibujó una sucesión de rostros sonrientes, que muchos de los habitantes más ancianos identificaron como pertenecientes a los antepasados de Constanza. Ella entreabrió sus labios y el corazón se le subió a los ojos, tan pronto reconoció las fisonomías de su padre y su abuelo. Entonces se puso a tocar de nuevo el chiflo. La nube descargó nieve con más intensidad, y los bustos de frío vapor acentuaron aún más su sonrisa, mirando con amor a la intrépida muchacha.

Después de algunos minutos, se levantó un viento furioso que sesgó las figuras de la nube y que abrió un orificio al sol de la mañana. Un suspiro de emoción se escapó de los pechos de todos los que estaban contemplando la escena... Allá en la ladera de la montaña, acababa de aparecer la ansiada imagen del Nacimiento, toda ella hecha de nieve y salpicada por un manojo de luz solar.

Constanza cayó de rodillas al suelo. El chiflo cayó en la nieve, junto a ella. Tenía los párpados cerrados, los cuales se hincharon con las lágrimas y acabaron reventando en dos senderos de luz que surcaron sus mejillas enrojecidas por el frío.

-Abuelo, abuelo -balbució al tiempo que recogía los brazos sobre el pecho.

Yo me aboqué a su presencia, y la abracé con toda mi alma y todo mi corazón. Y mis lágrimas se juntaron con las suyas.

-Gracias por el milagro que nos has regalado -le susurré al oído, para besárselo a continuación.

Entretanto, la gente se había agrupado en torno nuestro. El sacerdote se destacó, e, inclinándose a su vez, le dijo a Constanza:

-Llévame a rezar junto al cuerpo de tu abuelo... Y perdóname... Perdóname por creer que una simple muchacha, por no ser un hombre, no podría conseguir que Dios obrara un milagro por mediación de ella... Esta lección no se me olvidará jamás.

Constanza, mientras me tenía abrazado, levantó su cabeza y abrió su mirada. Nunca el cielo brilló tanto como su sonrisa de heroísmo.

Esa mañana, la mañana de Navidad en que estábamos todos reunidos en la explanada de la iglesia, hubo muchas lágrimas que acabaron convirtiéndose en copos de nieve... copos de nieve pura como la misma inocencia.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

3 comentarios:

Unknown dijo...

¡¡Dios mío, qué hermosura!!, gracias sin mas.

lanochedemedianoche dijo...

Hermosísimo, pleno de luz y emoción.

Besos

terry dijo...

Saludos de nuevo Jardinero de las Nubes, mi última aventura del quijote tiene un parecido a la historia de la nieta del afilador.