jueves, 18 de septiembre de 2008

La balada de los últimos días (XI): En los sueños y en la realidad


Ese atardecer Pepe Abascal volvió a asomar la nariz por Madrid Moderno. Recitó para sus adentros un "Padrenuestro" (algo a lo que no estaba en exceso acostumbrado) mientras se acercaba a la fachada del lugar que imantaba su corazón. La boca del túnel le mostró su fresca calígine; todas sus ganas se cifraban en volver a atravesarla; pero sus pies le mantenían quieto en el sitio. Un escuadrón de golondrinas y vencejos danzaban describiendo revoluciones en el rosado cielo del atardecer. Pepe Abascal se afirmó contra una pared cercana. Había gente sentada al sereno, y se quedaba mirándole con ojos de extrañeza. Ojalá Pilar volviera a hacerse visible. Era de más apetencia, al entender de Pepe Abascal, la medicina del alma que la del cuerpo. En ese rato de ansiosa espera su mente no cesaba de desgranar "Padresnuestros".

Pilar había pasado por aquel lugar hacía no mucho rato; así lo expresaba un remoto aroma a agua de colonia que pervivía en el ambiente vespertino. Pepe Abascal inspiró con hondura ese vestigio de la presencia de la joven; y es que, de un tiempo a esa parte, su nariz se había acostumbrado a las fragancias suaves de la vida. A su entender, Pilar era una flor delicada, una azucena que se erguía orgullosamente al cielo de inicios del verano. ¿Qué estaría haciendo ella en este momento? ¿Tal vez cenando, tal vez preparando los exámenes de fin de curso?... Oh Pilar; tú representas todo lo más bello de la Mancha. Que los labios de la brisa nocturna te hagan llegar la invocación que sobre ti hace Pepe Abascal. Desde que supo de ti, ya no se acuerda de su enfermedad; preferiría vivir una hora así que mil años sin haberte conocido. Ya es la madrugada, y él no se ha movido de su puesto junto a la pared. No tiene casi otra cosa que hacer que aguardar a que tú emerjas del tenebroso fondo del túnel. Pero ahora eso no es factible: debes de estar reposando en ese lecho bendecido por tu contacto. ¡Qué envidia de tu almohada! Pepe Abascal intenta lo que hasta ahora no se ha atrevido a intentar: recorre el túnel con pasos de ciego, y por fin accede al patio que es como un santuario para él. Las plantas duermen arropadas con un halo de luna. Aquí el recuerdo de Pilar se agudiza más todavía. Pepe Abascal deja caer de nuevo su trasero sobre el escabel de la víspera. Piensa que permanecerá aquí en tanto que sea de noche. Luego, cuando el crepúsculo matutino tiña de rubores de cinabrio el horizonte, se irá por pies del lugar y esperará la tan ansiada aparición de Pilar en su primer puesto de vigilancia. Las plantas exhalan efluvios malsanos que lo aturden un tanto; por el día son fuente de salud, mas por la noche supuran ponzoñas. Esto no le preocupa en absoluto a Pepe Abascal: ¿qué importancia puede tener un poco más de ponzoña en su organismo? Un torpor inoportuno comienza a hacer pesados sus párpados. Se va adormeciendo lentamente. Y en una esquina de su sueño acierta a distinguir el rostro de Pilar, nebuloso, incitándole a sucumbir al delicioso torpor... Pronto desaparece de su vista el patinillo bañado por la luz de la luna.

¡Por qué hay sueños que se inician con tan buenos auspicios y después, al cabo de las horas, no se conserva memoria de ellos? Así y todo, a Pepe Abascal no le importó no acordarse de la naturaleza de su sueño..., porque una mano lo llamó a la consciencia, y he aquí que esta mano era de hermosa como una prímula de los prados helvéticos. La luz matinal hirió a lo primero los ojos de Pepe Abascal; mas cuando sus pupilas se adaptaron, vio el rostro de Pilar nimbado de aureolas doradas, casi como en su sueño.

-¿Qué haces aquí? ¿Me quieres poner en un compromiso?

Pepe Abascal tragó saliva, y le supo amarga.

-Debes perdonarme -dijo con un hilo de voz-. No pensaba estar aquí hasta ahora.

Pilar torció el gesto.

-Empiezas a serme verdaderamente incómodo.

Pepe Abascal inclinó el rostro hacia ella.

-No era mi intención serte desagradable. Tus deseos son los míos: si no quieres volverme a ver, te aseguro que tus ojos jamás volverán a tropezarse con mi horrible fisonomía.

-No hace falta llegar a tanto. Simplemente, no me agobies.

Y en diciendo esto, Pilar se abocó hacia el túnel. Le costó un instante a Pepe Abascal cerciorarse de su nueva soledad. Luego musitó:

-No debería haberla conocido. Ahora sólo la muerte podría aliviarme tanta inquietud como experimento por dentro.

-Aprende a vivir con la felicidad -le contestaron, todas a un tiempo, las plantas de los tiestos.

Esa mañana regresó a la alberca de la víspera. Hacía mucho calor pero no se bañó: tan sólo se limitó a contemplar los insectos zancudos que se desplazaban sobre el agua. No había nada que hacer ni nada que pensar. Refugiarse dentro de sí mismo sólo le reportaba angustia. ¿Dónde hallaría reposo un cadáver andante? La vida carece de sentido si lo único para lo que se vive es para sufrir.

«Ya está bien -pensó Pepe Abascal-. ¿Cuándo tendrá todo esto un término? ».

Poco antes creía que iba a despuntar el sol tras su tenebroso horizonte.... Y no: todo había quedado en un simple astro fugaz.

En un momento dado atrapó una cochinilla en el reborde de la alberca. La mantuvo presa entre sus dedos índice y pulgar. El insecto se debatía inútilmente, tratando de hacerse una bola. Pepe Abascal lo miraba con indolencia, durante un rato inconscientemente prolongado. Luego sus ojos se tornaron opacos, y sus dedos captores fueron al mutuo encuentro. Sonó un leve chasquido, y la cochinilla, aplastada, dejó de articular sus numerosas patas.

Pepe Abascal creyó que se le calmaba un tanto la angustia que venía padeciendo toda esa mañana.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.


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