domingo, 14 de septiembre de 2008

Mi maestro


Ahora que los niños han comenzado la escuela, me acude al corazón el recuerdo de Félix, el mejor maestro que jamás he tenido en la enseñanza oficial.

Yo aún no cumplía los ocho años cuando le vi cruzar la puerta de mi aula, con una sonrisa a flor de labios. Félix sin más, sin don din dan. Debajo del brazo portaba "Corazón", el maravilloso libro de Edmundo de Amicis.

Lo primero que nos enseñó fue a decir "Supercalifrasquilisticoespelialioso", como en la película "Mary Popins". Y nos dijo que al día siguiente no trajésemos ni libros ni cuadernos, pues era su deseo enseñarnos a desarrollar algo que valía más que toda el álgebra o la geografía juntas: la imaginación. Nos enseñaba canciones, nos leía capítulos enteros de "Corazón", nos hacía escenificar cuentos, nos contaba las cosas del mundo de un modo atractivo y emocionante, nos animaba a comunicar nuestros pensamientos, nos hacía trucos de magia, invertía tiempo con nosotros después de las clases, nos quería y eso lo notábamos. Durante el tiempo que fue nuestro maestro, ninguno de nosotros supo lo que era la infelicidad. Las horas se nos hacían muy cortas entre sueños, historias y salidas al patio en aquellos deliciosos y dorados días de otoño. Félix nos hizo sentirnos vivos y orgullosos de acudir a la escuela.

No llevábamos deberes para casa y nuestros padres empezaron a dar la voz de alarma. El director hizo indagaciones y descubrió que Félix se estaba saliendo de lo estrictamente planeado. Decidió, en consecuencia, prescindir de sus servicios.

Cierto día de diciembre, Félix vino a clase disimulando su tristeza, diciéndonos que se iba; que su papá estaba muy malito y tenía que cuidarle; que volvería a darnos clase cuando fuéramos más mayores. Entonces el clamor se elevó unánime entre nosotros; no queríamos que se fuera; llorábamos y le rogábamos. Como no podía hacerse oír, tomó la tiza y escribió en el encerado: "Félix volverá con vosotros dentro de seis años". Acto seguido abandonó el aula, cubriéndose el rostro con su libro "Corazón", del que tanto nos había leído en aquel trimestre mágico.

Félix se fue, vino otro maestro infinitamente peor que él y yo perdí para los restos mi fe en el sistema educativo. Incluso nosotros, que éramos como hermanos mientras Félix nos guiaba, empezamos a conocer los sentimientos que la educación oficial trae aparejados al fin y a la postre: la discordia, la competitividad, la insolidaridad y el contento por ver cómo los demás muerden el polvo.

Toda mi vida he echado de menos a Félix. Nunca le volví a ver y en la escuela su recuerdo se acalló tras una cortina de humo. Pero él me enseñó que las cosas se pueden ver con otros ojos, que los libros son como cuernos de la abundancia de los cuales podemos servirnos a nuestro antojo, que en la imaginación reside la fuerza creativa de la especie humana, que todo lo podemos aprender si nos lo proponemos, que el amor es fácil de dar y se recibe mucho a cambio...

Félix, tres meses duró tu magisterio, pero sus ecos se han extendido a lo largo de mi vida.

Pintura: "El maestro de escuela" de René Magritte.

El jardinero de las nubes.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿En serio tuviste un profesor asi?
¡Qué bueno! Aunque solo fuera por poco tiempo. Esos recuerdos no se olvidan.
Yo tuve un profesor que se llamaba Félix, a los 7 años. Pero era muy malo dando clase y encima nos mentía diciéndonos que iba al baño y como tardaba demasiado lo seguíamos por el pasillo y lo veíamos entrar al bar de enfrente.
Ya ves, es cierto lo que digo eh? Gracias que luego tuve otros estupendísimos que hicieron equilibrar la balanza.
Bello trabajo jardinero, tú siempre regando nuestros caminos.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

si señor! ser profesor es una tarea muy muy demandante, claro que los profesores dejan huella, buena o mala...de ahi su responsabilidad...jo en la infancia es fundamental un buen maestro..bello tu relato, en buenahora la existencia de Felix...