viernes, 10 de octubre de 2008

La casa de enfrente (VIII): La senda del labrador furtivo


NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS Y A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES.

-XVII-

Lo cierto y verdad es que llegó un momento en que observé que el tío Boanerges transportaba un saco de proporciones sensiblemente mayores que el de los primeros años, y tal circunstancia avibaba mi sentimiento de intriga. Y así todos los días, sin fallar; el paso de los años no parecía doblegar la fortaleza de los hombros del tío Boanerges.

Cierto día mi intriga me llevó a emprender averiguaciones sobre la rutina diaria del tío Boanerges. Tendría que desplegar la cautela de un detective privado en el seguimiento de tan extraño personaje.

Estuve atento a su salida por la puerta falsa, que aquel día se verificó más temprano que de ordinario. Dejé que el hombre se separase un trecho prudencial, y entonces salí a mi vez, procurando hacer el menor ruido posible. Nos internamos en los campos, cuyos cielos comenzaban a ruborizarse por Oriente con algunos brochazos de luz roja. Era una hora de suma tranquilidad. El canto de los gallos tomaba el relevo paulatinamente al nocturno estridular de los grillos.

El tío Boanerges se apartó del camino vecinal, internándose en una huerta feraz y fragante de rocío mañanero. Allí crecían gran profusión de pimientos, tomates y calabazas; y en un extremo de la finca se vislumbraba un plantel de berenjenas; en la zona de tierra un poco más árida descollaban las prometedoras jorobas verdes de una treintena de sandías.

El tío Boanerges empezó a coger de aquí y de allá, escogiendo lo que parecía de mejor aspecto. Llegó a llenar algo menos de un quinto de la capacidad de su saco, y emprendió el regreso al camino vecinal. Yo me hube de ocultar tras un grupo de cardenchas, pues en modo alguno deseaba que mi espiado detectase mi presencia.

Siguió camino adelante por espacio de un buen rato. Luego tomó una senda tributaria, y cubrió unos quinientos metros, hasta llegar al sitio de otra huerta. El cielo se había desperezado y los pájaros cantaban por todas partes, haciendo los honores a la suave mañana estival.

Observé que el tío Boanerges efectuaba en esta huerta la misma acción que en la anterior: escogía a ciegas lo mejor, aumentando en consecuencia la panza de su saco de arpillera. Después abandonaba la finca y se encaminaba hacia otra, hasta que por fin llenó su saco a rebosar.

Yo empezaba a sospechar que semejante operación tenía algo de ilícita, pues se salía de la lógica que el tío Boanerges tuviese tantas huertas aquí y acullá. Y esta sospecha alcanzó mayor calado cuando vi que mi espiado arribaba a otra huerta de apariencia y superficie notablemente más modestas que las que había visitado con anterioridad, y aquí sí que se ponía a trabajar con verdadero ahínco, sin recolectar ni tanto así de los frutos que crecían en las polvorientas matas.

-XVIII-

Me fui a casa con la mente llena de sombrías conjeturas. El sol alcanzó su meridiano, y después rodó por el cielo hasta los brazos de la noche; luego volvió a salir, y yo tenía la sensación de no haber avanzado nada en todos esos años que se estaban llevando las mejores energías de mi juventud. Y a su vez estaba la soledad, que anulaba mis posibilidades de hallar en cualquier parte alguien que con el nacimiento de los más celebrados sentimientos me ayudase a encontrar un sentido verdadero a mi vida. Y la comodidad, el acomodamiento logrado y mi propia cobardía me fueron abocando a la degradación acunada en la rutina.

CONTINUARÁ...

Foto de Carlos Gustavo Barba Alcaide, extraída de su blog “Aldea del Rey natural”.

El jardinero de las nubes.


1 comentario:

Anónimo dijo...

LA foto es preciosa, visitaré el blog del fotógrafo a ver si tropiezo con más imágenes asi.
Amigo, la novela te está quedando de lujo y haces bien en mostrárnosla a sorbitos, poco a poco.
Mantienes el interés en todo momento y eso es digno de felicitación.
Sigue asi.
Un beso.