NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS Y A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES.
-XXII-
Por aquella época se extendió por el pueblo un rumor cuando menos inquietante: alguien o algo estaba mutilando el ganado de las majadas de los alrededores. Empezaba a ser corriente que los pastores se encontraran de buena mañana alguna oveja de cuyas partes aprovechables en cuanto a comida habían dado buena cuenta. Y cada día se registraba en el pueblo un nuevo caso de oveja descuartizada, siendo inútil apostar en las majadas feroces mastines para proteger los rebaños, pues más de uno apareció con el cráneo reventado. En conclusión, una seria amenaza pesaba sobre la cabaña ganadera del pueblo.
Mis sospechas particulares recayeron inmediatamente sobre el tío Boanerges, habida cuenta de los indicios visuales que cada día veía confirmados: el saco sanguinolento no ofrecía lugar a dudas. Por otra parte, me constaba que los lugareños albergaban mis mismas sospechas. Pero nadie le decía nada al tío Boanerges, y esto me resultaba desconcertante: ¿qué clase de temor podría despertar entre las gentes para que le perdonasen la incesante mutilación de cabezas de ganado?
No es que yo fuera de carácter sociable, pero traté de hacer mis indagaciones entre mis convecinos.
-Ese hombre oculta al demonio en su casa -me comentó una mujer, persignándose maquinalmente-. Si le afeamos algo, puede mandarnos al demonio. Es mejor dejarle hacer tranquilamente, mientras no haga algo peor.
Y de esta calidad eran los comentarios que no dejaban de llegar a mis oídos, toda vez que entraba en contacto con los lugareños.
Ciertamente, el tío Boanerges despertaba entre las gentes un miedo que se diría ancestral. Por más que transcurrieran los años, su vigor no decaía un ápice; su paso seguía siendo ágil y sus hombros no se doblegaban ante las considerables cargas del saco de arpillera.
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
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