En varios de aquellos incontables paseos de juventud a la Higuera, solía regresar al pueblo siguiendo el cauce del antiguo arroyo. Ya no brillaba en su álveo el agua que referían las lavanderas de los años cincuenta, pero me era grato imaginar cómo el caudal debió de arrastrarse impetuoso sobre su lecho de arena. Era un camino solitario, y en soledad lo emprendía en los días de mi ya apartada mocedad.
Ya cerca del pueblo, bajo el vuelo en espiral de la cigüeña, se recortaba un árbol majestuoso por la orilla derecha, en lo que es hoy la huerta de Frutos. Más de una vez, movido por el dolor que me causaba la soledad, me acercaba a contemplarlo. Se trataba de un hermoso tilo. Sus hojas eran luz inflamada y verdor de ojos de muchacha; su corteza tenía el tono plateado de las montañas en la lejanía.
Cierto día otoñal de nubes de color de pizarra, me cayó un chubasco de padre y muy señor mío. La cigüeña huyó al campanario de la Ermita, y yo corrí a refugiarme bajo la copa del tilo. Malos vientos enfurecían su frondoso y ya descolorido follaje, y yo, buscando una mejor postura de cobijo, me abracé a su tronco. Apoyé también mi cabeza, y no sé por qué el corazón me arrancó a latir de tristeza contenida. Mis brazos estrecharon aún más el tronco, y, por encima del estrépito del aguacero, me pareció escuchar voces de consuelo procedentes del mismo árbol. Cerré mis ojos y me entregué a esa extraña corriente de amor vegetal. La lluvia cesó al cabo de un rato. Yo regresé al pueblo, con la certeza de haber aprendido algo muy importante. No sería la última vez que me abrazara a un árbol a lo largo de mi vida, aun a riesgo de parecer más descabalado de lo que ya me consideraban quienes me conocían (o mejor dicho, me desconocían).
Pues bien, los años pasaron, y la insigne poetisa argentina María Magdalena Gabetta, me preguntó si el pintor Feliciano Moya, nuestro gran amigo, no tendría un cuadro de un tilo. Ella había escrito un maravilloso poema titulado "La calle de los tilos", y en su blog gusta de decorar sus creaciones con obras de grandes pintores contemporáneos. Quedé con ella en preguntarle a Feliciano, vía correo electrónico.
Feliciano, aunque no conoce mi identidad, me profesa un gran afecto, que es totalmente recíproco por mi parte. Me respondió que no le constaba que en su repertorio tuviera alguna pintura de tilos, pero eso no representaba ningún problema, pues por complacer a nuestra común amiga estaba dispuesto a pintarle un tilo.
A este tenor, me preguntó si yo conocía el emplazamiento de algún tilo en las cercanías del pueblo, pues su vista le era necesaria para inspirarse. Entonces me acudió a la mente el recuerdo de mis paseos solitarios, y le indiqué a Feliciano la ubicación del tilo que una vez me protegiera de la lluvia otoñal.
Feliciano se encaminó a la huerta de Frutos, acompañado de Santiago Ciudad, todo un enamorado de los árboles. Feliciano me contó el placer que le produjo a Santiago la contemplación del tilo. Pasaron un rato agradable, pues el árbol tenía las hojas, con forma de corazón y los bordes aserrados, en todo su esplendor veraniego, y ya soltaba al aire las hojitas amarillas llamadas "brácteas", que sirven para hacer la conocida infusión de propiedades calmantes.
Una vez Feliciano hubo observado el árbol a su conveniencia, regresó al pueblo junto con Santiago.
El sábado 30 de agosto de 2008, me envía un correo electrónico, avisándome que se iba a poner a trabajar en el cuadro del tilo. Y hoy, apenas pasadas 24 horas, Magdalena ya tiene una bella ilustración para su poema. ¿Quieren verla? Aquí les facilito el enlace:
http://magdalenagabetta.blogspot.com/2008/08/la-calle-de-los-tilos.html
Les pareció preciosa, ¿verdad?
Gracias te sean dadas, Dios amado, por los amigos que me has dado, pues viven con los pies lejos del suelo y hacen que los sueños tengan cada vez más hermosura.
Así da gusto ejercer la jardinería de las nubes.
El jardinero de las nubes.
2 comentarios:
Mi querido Jardinero, tu texto supera ampliamente a mi poesía y e ha emocionado mucho leerlo, porque en él narrás perfectamente además de tu íntima comunión con la naturaleza y con los árboles, lo que ocurrió después que te pregunté si Feliciano tendría algún tilo entre sus bellos cuadros y no lo tenía, pero Feliciano como si me conociera de toda la vida, hizo lo que pocos harían, buscar (con tus indicaciones) el tilo y pintarlo maravillosamente, para mí, una simple poeta que está del otro lado del mundo. Decirte la emoción y el agradecimiento que siento por los dos, temo no encontrar las palabras, pero ustedes me han dado uno de los más maravillosos regalos que recibí en mi vida. No quiero dejar de agradecer también a Santiago quien acompañó a Feliciano en su búsqueda y mientras él estudiaba el árbol que después pintó maravillosamente. Un beso enorme para todos ustedes y Gracias, Gracias por ser tan generosos y por demostrar el amor por arte de esta manera tan generosa. Magda
Me muero de envidia jardinero.
Desde mi ventana en lo alto de una almena derruida veo tu jardín cultural, plagado de árboles, flores y enredaderas que entrelazan sus tallos para crear. Estoy segura de que es ampliamente satisfactorio para ti formar parte de semejante despliegue artistico, pero es igualmente gratificante desde fuera comprobar que aún existen relaciones entre artistas que no estan corrompidas por desmesurado ego de alguno de ellos. Tienes suerte, y tus amigos también.
Un cálido saludo
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