Una vez en la vida, tan sólo una vez, la vio asomada a su balcón de la tarde inflamada de arreboles otoñales. Había fiesta en el cielo, y él contempló el rostro de ella bajo la luz tamizada de los cerezos de la avenida... Ojos que robaron sus destellos a la Cruz del Sur; cabellos negros como las canteras de pizarra; labios que fueron sustraídos de una zarzamora en el mes de mayo... Ella se acodó en el parapeto del balcón, dejando que la brisa jugara con los perfumados tules de su vestido.
Él abandonó el refugio de los cerezos, y osó mirar hacia arriba, donde se posaba el resplandor de la Cruz del Sur.
Es posible que no quieras mi amor, pero yo no quiero nada más en esta vida que una limosna de tus ojos. Si me hicieran caso, les diría a los cerezos que florecieran en tu homenaje. Mira cómo planto mi rodilla delante de ti. ¿No te da pena de mi amor desesperado? Cierro los ojos para esperar el beso que surca los aires. Espero que llegue lo que no espero que llegue.
Te has metido dentro. Volveré mañana...
He vuelto, y en tu balcón sólo quedan visillos. El frío de la tarde se propaga entre agonizantes nimbos de luz. La paloma se ha acercado a la fuente, y se ha posado sobre el recuerdo de tu frente. Llueven las primeras gotas frías, y el balcón no se abre. Me aproximo a la fuente, y quiero abrazar la estatua que me recuerda a ti. Aunque estés lejos, recibirás mi abrazo. La paloma levanta el vuelo, huyendo de mi presencia intrusa. Las hojas muertas caen en el agua oscura de la fuente, tan oscura que se ha puesto triste queriendo imitar al cielo del otoño. Las hojas muertas caen, y se posan en mis hombros... El balcón sigue cerrado.
Cierro, entonces, mi mirada a la vida. Me abrazo a la estatua, y es a ti a quien estoy abrazando. Te imagino en la penumbra de una alcoba. Te siento latir sobre mi corazón. Traes el viento en tus cabellos y el volcán en tus labios. Me cubren bosques y cordilleras de placer. Miro fuera del balcón, y florecen estrellas en las ramas de los cerezos. Eres viento y eres océano; fuiste concebida por el mismísimo hálito de la primavera. Vives en la montaña que yo no alcanzo y que ha terminado alcanzándome... Esa luz solitaria del universo: se disipará en cuanto tus brazos se despeguen de mis brazos.
Siguen cayendo las hojas del cerezo. Mis ropas empapadas por los efluvios del otoño. El balcón sigue cerrado. Ruge la tormenta en una esquina del cielo. He de irme, ahora que mi cuerpo ha sentido tu amor. Adivino tu mirada tras ese pequeño vértice de los visillos.
Mañana volveré, impulsado por la esperanza, por la ilusión, por la alegría de encontrar tu balcón abierto.
El jardinero de las nubes.
2 comentarios:
Hola amigo, impulsada por conocer tu lugarcito vine a leerte, y que extasiada por la belleza de tu prosa… tan profunda y perfumada de nostalgia, un placer pasear por tu blog.
Besos
Ha sido muy grato navegar por los recuerdos, por las ausencias, las nostalgias, las conquistas y sobre todo la esperanza del mañana.
Un abrazo.
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