viernes, 17 de octubre de 2008

La casa de enfrente (XIV): Mater amatísima


NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS Y A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES.

-XXVIII-

Mis manos percibieron a todo mi alrededor una humedad caliente. Y mis ojos me ofrecieron al cabo la evidencia de que estaba tumbado en medio de un charco de sangre. El terror que se adueñó de mi alma es imposible de describir; temí que esta sangre fuese mía. Pero no (y esta certidumbre fue un alivio añadido a los demás): el reguero de sangre procedía de una horrorosa herida abierta en la nuca del tío Boanerges, cuyo cadáver tuve que quitarme de encima a costa de ímprobos esfuerzos.

Un hedor nauseabundo asaltó mis fosas nasales; no era otra cosa que el aliento postrero del tío Boanerges. Sus ojos estaban inyectados de espanto y como desencajados de sus cuencas. Una imagen horrible que desde entonces no ha dejado de perseguirme en mis peores pesadillas.

El viento no había parado de gemir, y desde las alturas empezó a caer lluvia mezclada con granizo. Delante de mí se alzaba la contrahecha figura de la hija demente del tío Boanerges. Su trémula diestra enarbolaba el mango de un hacha cuyo filo estaba impregnado de correosas hilachas de fluido sanguíneo. Su boca escasa de dientes conformaba una mueca siniestra e idiotizada.

Como digo, tenía el hacha enarbolada y enseguida me sobrevino el temor de que se le ocurriera, para rematar la faena, descargarme un golpe fatídico. El estruendo del temporal se tornaba a cada momento más escalofriante. Como bien afirma el proverbio, yo sentía haber escapado del fuego para estar a pique de caer en las brasas.

A todo esto, el bebé articuló un débil sollozo. Los rasgos de la demente se dulcificaron a ojos vistas, y dejó caer el hacha al suelo, cuyo choque produjo en mis oídos una lúgubre repercusión. La sangre había manchado, como era previsible, las ropas que cubrían al bebé, y resultaba patético ver cómo éste era levantado del charco de sangre por los inseguros brazos de la demente. ¡Pobre criatura!

-¡Ea, ea, mi niño! -gangoseó la demente, estrechando al bebé contra su seno.

La infame sanguaza le manchó los brazos y el grosero vestido de estameña que llevaba puesto. Ofrecía, talmente, la horrible imagen de una madre vampírica.

En lo que a mí concierne, la chocante impresión me paralizaba los miembros y me tenía la sangre helada en las venas.

El bebé, temblando como una hoja, principió un llanto desgarrador.

En vista de esto, la demente destapó uno de sus pechos y amamantó a la criatura. La sangre y la leche crearon un terrorífico contraste sobre ese pecho ubérrimo.

Mi mirada se cruzó con la de la demente, y ella prorrumpió en unas carcajadas estúpidas, las cuales movían a un horror incomprensible.

-XXIX-

Me encontraba al borde del desmayo, cuando un sonido bronco invadió los alrededores, sobrepujando al estridor del temporal...

Uno de los laterales de la casa del tío Boanerges se había venido abajo.

Una nube de polvo se levantó en la oscuridad. Una nube entreverada de gemidos espectrales, como los que los muertos proferirían al abandonar sus tumbas.

-¡Es mi niño, el niño de su mamita, lo parí yo! -exclamaba la demente en medio de sus carcajadas, mientras el ensangrentado bebé se nutría de la leche de sus pechos.

Entretanto, observé cómo a nuestro alrededor se congregaba toda una procesión de mujeres y niñas de amplio abanico de edades. Llevaban las ropas y los cabellos rebozados del yeso de la casa parcialmente derrumbada. Sus rostros traían reflejado el pánico. De sus contraídas bocas salían murmullos y endechas indescifrables. Sus ojos de ave de corral se fijaban con extraña fascinación en el cadáver del tío Boanerges.

La demente principió un nuevo ciclo de carcajadas. El bebé gemía satisfecho. La lluvia y el granizo recrudecieron, borrando los perfiles débilmente iluminados por la farola.

El camión de la basura asomó el morro tras el recodo de la calle. Fue el momento en que mis sentidos, sobrecogidos por tan espantosa sucesión de acontecimientos, sucumbieron al desmayo.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como te dije en la página azul, es un capítulo sacado puramente de una pesadilla, las imágenes se solapan y deja un halo inconexo muy sutil.
Sin duda aviva en mi interior algunas dudas y se que pronto lo vas a desvelar, asi que seguiré esperando...
Un abrazo.
P.D: La imagen es tétrica, nunca antes una madre dando el pecho a su hijo me había producido esta sensación.