domingo, 19 de octubre de 2008

La casa de enfrente (y XV): El misterio desvelado


NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS Y A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES.

Ninguno de vosotros se acercará a un pariente para tener relaciones sexuales (Lv 18, 6).

No tendrás relaciones sexuales con tu hermana (Lv 18, 9).

No ofenderás a tu padre teniendo relaciones sexuales con tu madre; es tu madre y no debes hacerlo (Lv 18, 7).

Si uno toma por esposas hija y madre, es un crimen (Lv 20, 14).

No te deshonres a ti mismo teniendo relaciones sexuales con tus nietas (Lv 18, 10).


-XXX-

Cuentan que estuve casi cinco días delirando en mi cama del hospital. El horror acumulado a lo largo de quince años me causó unas fiebres malignas que, junto con la tráquea dislocada y las costillas rotas, me tuvieron debatiéndome entre la vida y la muerte.

-Tienes que volver con nosotros a casa -oí que me decía mi madre cuando por fin recobré la conciencia.

Las lágrimas afluyeron a mis ojos. Era mucha la tristeza contenida en el fondo de mi alma. Ya no era el jovencito inexperto que llegara al pueblo con el ánimo de ganar la oposición a notarías; ahora era un hombre que había mordido el polvo y que sabía le sería harto difícil deshacerse de la sombra del fracaso para lo que le restaba de vida. En fin, había aprendido a plegarme al cariz de las circunstancias... Me cabía el consuelo de que nada sería peor que lo que quedaba atrás.

Después de todo, yo no era el más digno de compasión de toda esta historia.

-XXXI-

Al cabo de un tiempo, regresé al pueblo para recoger mis efectos personales.

Una vez allí, encontré la ocasión de dialogar con algunos lugareños, y me pusieron al corriente de lo que no sabía y de lo que me faltaba por saber.

Desde muy joven, el tío Boanerges padecía “satiriasis” (necesidad compulsiva e incontrolable por sexo de todo tipo en personas de género masculino). Necesitaba a diario el contacto de cuerpos femeninos. Tengamos presente que hablo de "cuerpos" en plural, cuando lo normal sería hacerlo en singular. Pero es cierto: el tío Boanerges no se conformaba con un solo cuerpo de mujer.

Después de los acontecimientos que he narrado en anteriores páginas, se llegó a saber que siendo soltero violó a dos hermanas suyas, las cuales huyeron del pueblo y nunca más se supo de ellas, e incluso referían que en cierta ocasión abusó de su madre, cuando ésta se vio afectada de demencia senil.

Como sabemos, se casó con su prima hermana, y la pobre no pudo satisfacer al completo sus incesantes exigencias sexuales. En tanto que sus hijas fueron pequeñas, se hizo asiduo de los burdeles de la capital de provincia para dar salida a sus instintos lúbricos.

Al cabo de los años, las niñas se hicieron mujeres y llevó sus perversiones hasta extremos casi inimaginables… No habían hecho aquéllas más que despuntar a la vida, cuando él ya las requería sexualmente. Y le nacieron nietos que eran a un mismo tiempo hijos suyos.

Todo sucedía dentro de la casa, al amparo de las miradas de los vecinos. Cuando en ese triste lugar había un nuevo nacimiento, la parturienta era atendida por las otras mujeres; no se avisaba a comadrona alguna ni a los recién nacidos se les inscribía en el Registro Civil. Las mujeres no podían abandonar la casa sin la especial autorización del tío Boanerges.

Éste sólo quería mujeres como descendencia. Si por casualidad algún bebé varón veía la luz entre los muros de aquella casa de espanto, el afrentado padre se buscaba las mañas para hacerlo desaparecer.

Las generaciones crecían, los años pasaban y él encontraba en las nietas lo que había encontrado en las hijas. Su degeneración ya no reparaba en edades: a las niñas también las rondaba sexualmente. ¡Ay de aquélla que osara resistirse!... Podría ser eliminada tan fácilmente como si se tratara de un bebé varón.

En los arduos interrogatorios que la Guardia Civil practicara a las pobres mujeres tras la muerte del cabeza de familia, no cesaban de salir detalles a cuál más escalofriante. Haciendo uso de su superior fortaleza física, el tío Boanerges las tenía a su merced, para hacer de ellas lo que se le antojara. Hay que tener en cuenta que la consanguinidad había hecho que un considerable porcentaje de esas pobres mujeres mostraran rasgos propios del cretinismo, y por consiguiente no eran dueñas de su voluntad; no eran sino juguetes en manos del tío Boanerges.

Medraban los malos tratos de obra y de palabra, sin contar con las incesantes violaciones. En mala hora trajeron los contenedores de basura al pueblo; esto le permitió al tío Boanerges deshacerse de los infelices bebés varones de un modo inicuo y solapado, habida cuenta de que los operarios de basuras sabían que en los pueblos de su recorrido era habitual que tiraran a los contenedores camadas enteras de gatitos; y cuando éstos caían en el triturador de basuras, emitían un sonido desgarrador que tenía el auténtico timbre de los bebés humanos. Así el tío Boanerges pudo deshacerse cómodamente de un crecido número de sus vástagos no deseados.

De esta forma, llegó a conocer la generación de sus biznietas, y descubrió lo trabajoso que le estaba resultando alimentar tantas bocas. Empezaron entonces sus rapiñas entre los sembrados de sus vecinos, con el solo fin de traer a su casa el sustento diario. Como quiera que en el pueblo se le creía en tratos con el demonio, ninguna voz se alzó para denunciar su latrocinio; el tío Boanerges sabía que las supersticiones de sus convecinos eran un poderoso factor a favor de su impunidad. Incluso, en base a esto, dejaron correr las mutilaciones de ganado que perpetró en los recientes tiempos de carestía... Se prefería afrontar cualquier cosa antes que entrar en comunicación con un "hombre endemoniado", al decir de esas gentes simples y temerosas de Dios. De hecho, los extraños ruidos que a cada momento se dejaban oír en el interior de su casa, eran atribuidos a la presencia de demonios; nadie se imaginaba la auténtica naturaleza del drama que alentaba entre esos roñosos muros.

Me cuesta imaginar lo lejos que llegó el tío Boanerges en sus bajos instintos… Una noche de infausto recuerdo experimentó la querencia de poseer a su hija demente. La pobre criatura se dejó hacer, encantada de participar en el “juego” que su padre practicaba con las otras, si bien es de justicia añadir que no le agradó el roce en su mejilla de esas barbas espinosas ni la poca delicadeza con que aquél la trataba.

La pobre demente “jugó” otras veces con su padre, y al cabo del tiempo llegó a sentir que su vientre crecía, como les había ocurrido en el pasado a algunas de sus compañeras. Se puso muy gordita, y un buen día sintió que algo daba pataditas en el abultamiento de su vientre. Después de un tiempo, alumbró un niño que colmó la medida de sus deseos. Una ricura superior al más hermoso gatito. Un bebé que tenía algo entre las piernas, algo que le distinguía del resto de los bebés que habían crecido en la casa. Y a causa de este algo, el tío Boanerges quiso llevárselo “lejos” de la casa, como ya había hecho en muchas otras ocasiones.

¡Cuánto dolor le costó que su padre le arrancara al niño de su regazo! Cuando vio que se lo llevaba, su juicio disminuido le hizo ver que estaba a punto de quedarse sin el mayor objeto de amor que había conocido en su sombría vida; un amor mil veces preferible al de su padre; un amor por el cual, a no dudar, tendría que luchar encarnizadamente, y de ahí que se armara con el hacha de marras; un amor que tuvo que salvar de los arrebatos asesinos del tío Boanerges y que lloraba en la lluvia porque tenía hambre de la leche de los pechos de su mamita.

¡Desdichada criatura! Cuando todo se supo y tomaron carta en el asunto los Servicios Sociales, repartieron a las mujeres y a las niñas por distintas casas de acogida y se llevaron al infeliz niño lejos de su madre, porque no la juzgaron en sus cabales para poder criarlo... Cuentan que a raíz de esta cruel separación, tuvieron que encerrar a la demente en una celda de paredes acolchadas, porque bufaba, se contorsionaba y echaba espumarajos como una bestia salvaje. Y en medio de su dolor, encontraba redaños para soltar de cuando en cuando sus características carcajadas. ¡Desdichada criatura!

-XXXII-

Me fui del pueblo con el alma llena de aridez. Abrigaba la intención de no volver a poner los pies en un lugar de tan dolorosos recuerdos. La vida debía de ser mejor en alguna otra parte, una vida en la cual no hiciera falta perseguir sueños insensatos.

Cuando ya llevaba muchos kilómetros a las espaldas, aún me perseguía la imagen de los muros derruidos de la espeluznante casa de enfrente.

FIN.

El jardinero de las nubes.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

En esta ocasión la imagen me produce una cosa y la historia otra distinta. La imagen me produce ternura y felicidad, el incesto del texto pensar que puede ser verdad me produce naúseas.

Pero bueno, apreciaciones aparte, tengo que felicitarte amigo. Porque eres un excelente escritor, nos has llevado de la mano por el terror de tus sueños y vivencias y has hecho que sintamos la historia como cercana.

Es fantástica tu manera de transmitirnos las cosas, tu narrativa es rica y fluida y nos has demostrado, una vez más, lo genial que eres trabajando con las letras.

Felicidades!!!
Una brazo.

magaoliveira dijo...

Mi amigo la maga siempre sigue tus escritos. Gracias por compartir tu obras. con mucho cariño magaoliveira

luis guillermo dijo...

amigo jardinero, mi silencio es mi mejor comentario.
morder el polvo de esa manera..., es para recibir una gran compasión.
realidad, ficción?, me doy cuenta que eres un misterio, esto lo hace más interesante.
leerte ya se está volviendo para mí un gran viaje.
un gran abrazo amigo jardinero de las nubes...

Anónimo dijo...

¡Cuántos santos inocentes en la profundidad de los pueblos pequeños! ¡Y cuántos crímenes de menor o mayor índice criminal se han prepetrado con el silencio cómplice de todos!