Esta mañana fui temprano a la playa. Sobraban sitios para aparcar y se
veía muy poca gente sobre la arena. El cielo estaba entoldado por
nubes que casi tenían el mismo tono plomizo del mar. A lo lejos se
percibía el lento bogar de un carguero, y más lejos barcas de pesca de
bajura.
El baño fue fresco y vigorizante, como era de esperar. Dejé que la
brisa secara mi piel entumecida por el frío. El sol se insinuaba en
los lugares en los que el cerco de nubes era más liviano. Me vino al
pensamiento la noción de Dios, y el dedo gordo de mi pie derecho trazó
en la arena húmeda la figura de un pez, primitivo símbolo del
cristianismo. Me sentí reconfortado, y seguí adelante con mis
bosquejos en la arena: una cruz (moderno símbolo del cristianismo), la
silueta de una gaviota en vuelo y algunos nombres amados.
De repente se acercó una niña de unos siete años. Me preguntó qué
estaba haciendo yo. "Dibujar", respondí con simpleza. Ella estaba
jugando con las espumas de la orilla porque, me explicó, como no
estaba su papá, su abuelo no le dejaba adentrarse en el agua. Entonces
dibujó sobre la arena la figura de un sol, y yo le propuse que
escribiésemos el nombre que más significase para nosotros.
Yo escribí "Dios" y ella "Mamá". Entonces me comentó: "¿Te das cuenta?
Los dos están en el cielo.", y dirigió su manecita a las alturas cada
vez más grises. Comprendí, y la emoción me formó un nudo en la
garganta.
A todo esto, el abuelo llamó a su nieta. Se despidió muy sonriente de
mí, diciéndome que mañana haríamos nuevos dibujos en la arena.
¡Y sí, pequeña niña que echas de menos a tu madre! Mañana estaré
esperándote en el mismo lugar y dibujaremos y escribiremos en la
página en sepia de la arena, porque estos acontecimientos no se dan
fácilmente en la vida de este solitario.
Por cierto, vi cómo un anciano heptagenario borraba con saña la
palabra "Dios", mientras iba dando un paseo acompañado de su esposa.
Lo que él no sabe es que de inmediato la volví a escribir.
El jardinero de las nubes.
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