"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras vivirán para siempre" (Mt 24, 35).
Acaso algún día pueda tenerte en mi mirada para siempre. Ya te dije que la casa, en otro tiempo tan animada, se volvió silenciosa en la más alta expresión de la palabra. Los visitantes se batieron en retirada, y ya no fue necesario subir demasiado las persianas. Cuando era todavía un jovencito, pude apreciar la indiferencia de las gentes que te querían; me hice mayor, y esa indiferencia se tornó desprecio. Antes que paladear estos frutos de hiel, preferí replegarme más aún en la soledad. Y, como te digo, yo ya era entonces un hombre. Un hombre con las mejores oportunidades de la vida echadas a perder; un hombre extraño que muchos esperarían ver en un psiquiátrico. Pero allá donde falló el calor humano, un libro sostuvo mi esperanza.
Entre las cosas que dejaste en tu legado, había una Biblia en rústica. Tenía las pastas verdes y las páginas amarillas, y era la bonita versión de Nácar-Colunga. Estaba nuevecita, señal de que no la habías usado demasiado. Pero, yo de ti, no me haría el menor reproche: la Biblia es el libro más publicado y uno de los menos leídos en su conjunto. Tampoco es necesario leérsela al completo para gozar de los beneficios de Dios. Yo, siendo niño, empecé a leerla muchas veces y otras tantas veces abandoné su lectura, desanimado por las enormes dimensiones del libro.
Ahora era un hombre, un hombre sumido en la tristeza y en tu recuerdo. Comencé a leer la Biblia, y me enganché... Al margen de las historias que ahí se contaban, lo que más atrajo mi atención es que veía reflejados en esas páginas todos mis estados de ánimo: encontraba alegría cuando me sentía jubiloso; melancolía cuando me sentía abatido; poesía cuando necesitaba saborear la belleza; una senda a seguir cuando me encontraba en una encrucijada de caminos; el amor cuando mi alma ansiaba amar; el valor cuando la vida me asustaba... Lo encontré todo en la palabra de Dios.
Bien es verdad que anduve preocupado la primera vez que leí el Pentateuco. Yo pensaba que si había que considerar la palabra de Dios en su sentido literal, me iba a hacer falta todo un rebaño de ovejas, algunos becerros y no poca cantidad de palomas para realizar las correspondientes ofrendas expiatorias en el Tabernáculo de la Reunión; de verdad, me causó pánico saber todo lo que era necesario llevar a cabo para el perdón de los pecados. Por fortuna, luego leí en el Nuevo Testamento que Jesús, como cordero de Dios, se sacrificó de una vez para siempre, al objeto de la expiación de los pecados de la humanidad.
Pero lo que de verdad me valió del mensaje bíblico fue ver reflejados por escrito los anhelos de mi corazón. Y me di cuenta de que, pese a que el afecto escaseara en mi entorno inmediato, podía contar con el enorme amor de Dios. Si algo no tenía solución, siempre existía un motivo para empezar de nuevo.
De este modo, la Biblia se convirtió en mi mejor libro de cabecera. Me la leí completa varias veces, y me la seguiré leyendo varias veces. Y esto ha sido causa de que posea un conocimiento muy profundo de la palabra de Dios. No es que yo esté más cerca de Dios que el resto de la gente, pero este conocimiento me ha ayudado a tirar adelante. El saberse la Biblia no es requisito imprescindible para que Dios nos ame.
Quiero decirte también que en la universidad tuve un amigo poco común. Su padre era teólogo, aunque alejado de la ortodoxia católica. Al ver mi predisposición a los textos bíblicos y mi visión tolerante de la religión, me facilitó muchos materiales que enriquecieron mi formación bíblica. Aunque al principio buscaba atraerme a su congregación, pronto descubrió mi propensión a la soledad y acabó respetando el que yo andara mi camino en soledad. No soy enemigo ni de la fe católica ni de la fe protestante. Yo creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo y venero el recuerdo de María... María, que aunque no forme parte de la Trinidad, amó a su Hijo y fue amada por su Hijo; lloró al pie de la Cruz, y su Hijo se la encomendó a su discípulo amado. Muchas veces me he conmovido hasta lo máximo imaginando esta escena, y es por eso que mi corazón ama a María.
Ya lo ves: cuando yo me sentía perdido, un libro me encontró. Muchos lo considerarán un ladrillo, un soberano aburrimiento, una esclavitud ideológica, una pérdida de tiempo... Sólo les diré, atendiendo a mi experiencia personal y solitaria (lejos de toda influencia externa y demás lavados de cerebro), que si desean encontrar algo, es posible que sean encontrados leyendo las páginas de ese libro mágico.
Y ese libro fue tuyo antes que mío.
El jardinero de las nubes.
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