Gracias, Dios amado, por no haber disipado esa nube con la brisa vespertina. Observaste que esa alma que tenía los ojos ciegos la contemplaba... y dejaste que disfrutara con la ilusión nacida de ese resplandor dorado.
Te anda buscando, y Tú quieres dejarte encontrar por él. Haz descender tu lluvia de paz sobre el ya añejo letargo de su corazón. No permitas que sus ojos ciegos se desagüen en un mar de tristeza. Él, aunque no te lo diga con palabras, confía en Ti y desea emprender tus caminos.
Señor, dale fuerzas para resistir el sufrimiento que le sobrevendrá cuando las sombras nocturnas engullan la belleza de esa nube dorada de atardecer.
El jardinero de las nubes.
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