Cuando quisimos aguardar a hacerlo, la arena del tiempo interpuso una barrera insalvable. Soñábamos con hacer ese viaje a Córdoba. ¿Te acuerdas cuando nos contaban que el abuelo se fue de este mundo con las ganas de llevar a su familia a visitar la Mezquita de Córdoba? La guerra le impidió realizar este deseo, y la vida me había dejado a mí solo para realizarlo.
Con el primer dinero que acopié en mi vida, hice el equipaje y puse rumbo a la capital andaluza. Mis ojos serían los tuyos, y en mi corazón sangrante iría el recuerdo de la primavera de tu corazón.
El cielo estaba azul y despejado, pero soplaban aires muy fríos y recios en el Puente Romano, por delante de la Torre de la Calahorra. Bajo sus arcos, el río Guadálquivir cabrilleaba con el sol y sus ondas se fragmentaban en rabiones de espuma junto a las orillas arboladas. Y vi que, entre caminos de vilanos, tus ausentes cabellos se llenaban asimismo del oro del sol invernal.
Dimos un paseo por los jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos. Había rosales que bajaban al encuentro del río. Y sentí tu olor, el olor de ese agua de colonia que solías utilizar en las festividades aldeanas. Quise sentir tu abrazo, cerré mis ojos y me estrechaste con el viento que soplaba desde el otro lado del río.
Fue bonito nuestro recorrido por la Judería, por esos rincones de rejas, fachadas, patios y macetas de geranios. Sin darnos apenas cuenta, arribamos a la recoleta plazuela del Cristo de los Faroles. Tú tenías mucha fe, y una oración tuya se quedó enredada entre las flores que había al pie de la Cruz.
¡Cómo disfrutaste pataleando entre los surtidores de agua que brotaban del pavimento de la Plaza de las Tendillas! Tus risas me llegaban al oído, obligándome a sonreír a mi vez. Bonitas fuentes; seguro que no estaban en tiempos del abuelo, porque si no las hubiese recordado.
Nos cayó la noche, y te llevé a que vieras otra vez el Cristo de los Faroles. Y sentí tu silencio y las sombras con que las flores se habían arropado.
Los pájaros dejaban oír sus arpegios la mañana azul que fuimos a visitar la Mezquita-Catedral de Córdoba. La belleza circundante se salpicaba con la luz de tu rostro. Por un momento te perdí entre el bosque de columnas y arcos de herradura. Me quedé extasiado: el abuelo tenía razón cuando refería las excelencias de este recinto. Estuvimos un rato acomodados entre los asientos de madera barroca del coro del minúsculo reducto catedralicio. ¿Sería cierto que creí sentir tu mano estrechando la mía? ¿Sería cierto que lloré sin lágrimas?
Abandonamos el recinto y nos dimos una vuelta por el Patio de los Naranjos, donde las frutas semejaban en las ramas estrellas doradas. Llegamos junto a la fuente de las abluciones, y allá, en el pilón, vi tus ojos hechos de alegría. Tus ojos, que se enfrentaron a la tristeza de los míos. Tus ojos, que atraían a las palomas a beber del agua tranquila... Nunca más volví a verlos.
Así fue nuestro viaje a la patria de los Omeyas. Así ha sido mi vida desde entonces.
El jardinero de las nubes.
1 comentario:
Hola, me ha encantado leer esta bella descripción a mi tierra. La próxima vez te recomiendo que visites el Haman, los baños árabes en la judería, donde puedes disfrutar de los baños y de una exquisita cena árabe con espectáculo gratis de danza del vientre en fines de semana. Tb hay una sala tetería para después de comer. Puedes ir para almolzar pero la judería de noche es cuando muestra todo su encanto.
Y tienes razón, los surtidores de la plaza de las tendillas son nuevos, muy recientes, al igual que el aspecto actual del puente romano, que a mi juicio le han quitado el encanto de antaño con esta restauración, pero en fin, hay opiniones mil...
un saludo jardinero y vuelve cuando quieras :)
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