martes, 12 de agosto de 2008

La poetisa de mi pueblo


¿Por qué extraño artificio tu rostro se me alza desde lo profundo de las aguas de Leteo, el río del olvido?

Hubo noches de verano como ésta, en las que el firmamento de encima de la Plaza de la Palmera era un sangriento mosaico de estrellas. Tú te sentabas junto al sardinel de tu casa, y parecía que estabas en un trono, al menos eso pensaba yo y no en términos peyorativos. La palmera despertaba las cadencias del arpa eólica, y tus ojos engafados buscaban en las mismas inspiración para tus poesías.

Cuando por un casual cruzaba la Plaza de la Palmera y te veía sentada al fresco, yo me iba por el extremo diametral. La vergüenza se me comía. "Ella escribe poesías, es como una reina. Yo no soy nada a su lado".

Todo el mundo te admiraba. Fuiste la Rosalía de Castro aldeana. Yo también leía tus poesías, y Aldea, sus paisajes, sus costumbres de antaño, su religiosidad popular, fueron alimento para mi corazón a través de tus versos.

No hablaré de ese libro que escribiste, de tu amor por Aldea, de tu amada familia, de los pájaros y las tardes de lluvia en la Plaza de la Palmera. Hablaré de lo que me hubiera gustado hablar contigo..., más de lo que realmente conseguí hablar. Lo suficiente para que me dedicases un ejemplar de tu libro, verde como las praderas de la Arcadia, lugar al que don Quijote le hubiese gustado ir para hacer profesión pastoril junto a su amada Dulcinea.

Luego, un día ya lejano, te fuiste más allá de las nubes, y la Plaza de la Palmera perdió para mí parte de su encanto y misterio. Sólo quedó la casa, y ya fue vendida.

Después de esto, volví a pasar alguna vez, en noches de verano como ésta, y al ver que no estabas, Francisca Benítez, pedí a la luna que trazara un camino de plata para la lágrima que quería deslizarse por mi mejilla.

El jardinero de las nubes.

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