lunes, 11 de agosto de 2008

El romance de la alberca




Diego era perseguido por sus ideas. Tuvo que buscar escondite en la cantera olvidada que había en los arrabales de aquella ciudad de cielos distantes... Y alcanzó la orilla de la alberca.

La pared daba sombra a la alberca y tenía una ventana repleta de flores de geranio. Las aguas eran verdes y estaban rizadas por las brisas del verano, y en invierno dormían bajo un manto de hojas secas. Mercedes se asomaba siempre a la ventana. Siempre veía los torturados montículos de la cantera y la silente lámina de agua llovediza. Y un día estival vio a Diego nadando entre escardillos de sol y chapoteos melancólicos.

Y Diego vio a Mercedes y sintió miedo de que le delatara a aquéllos que andaban buscándole por toda la ciudad. El miedo le hizo espantar a las ratas y a las culebras que asomaban a la vista de la alberca. Se escondió tras una retama en flor. Si no podía esconderse del sol ni del fulgor de la luna de mercurio, ¿qué poder en la tierra podría sustraerle a la mirada de Mercedes? Ella se arropó entre las sombras de sus flores..., y su corazón emprendió la ruta del amor.

Por la noche los chacales aullaban en sitios lejanos de la cantera. Diego nadaba entre las estrellas reflejadas en la alberca. Mercedes no había alertado a los desalmados de la ciudad. Sus ojos eran dos estrellas más, que se espejaban en la superficie de la alberca. Sus ojos fueron vistos por los de Diego al tibio claror de la luna estival.

Las miradas se hicieron besos y los aires de la ausencia se cerraron en apretados abrazos. Los labios se entibiaron con los besos y las lenguas practicaron el esgrima de la pasión. Mercedes vivía en la pared que daba sombra a la alberca, y Diego encontró allí un nido para su corazón. Sus piernas se enlazaban como las culebras de la alberca; sus cuerpos transpiraban escamas de sol y de luna.

A Mercedes no le gustaba bañarse en la alberca; Diego lo hacía por ver los ojos de ella confundidos entre las flores de la ventana de la pared. Entonaban las canciones de su amor como los gorriones al celebrar la llegada de la primera luz de la mañana, como la cigarra al proclamar el imperio del sol en los días de canícula. Y faltaban las palabras pero sobraban los besos. Labios de Mercedes, fuentes de la espesura florida...

Era llegado el último día del verano. Aún hacía calor. Los desalmados descubrieron a Diego nadando en la alberca. Supieron quién era; sus ideas aún flotaban por la ciudad, más allá de la cantera abandonada. Salieron las armas a relucir, y las heridas de Diego convirtieron la alberca en un campo de amapolas. Chillaron las flores de la ventana, y los desalmados huyeron como las hienas, perdiéndose tras los mellados promontorios.

La alberca se tragó el cuerpo de Diego entre ondulaciones rojas y verdes. Sólo el viento quedó para besar los hambrientos labios de Mercedes. Las ratas y las culebras amaron el cuerpo que ella había amado. Las primeras hojas cayeron de los árboles cercanos.

Y no, suspiros del invierno, Mercedes no iba a estar para recibiros con su soledad. Dejasteis el cielo sembrado de nubes negras como lápidas de cementerio. Ella se acercó a la orilla de la alberca. Negras eran las hojas que tapizaban la superficie. Un paso más y sus ojos se cerrarían creyendo sentir la mirada de los ojos ausentes de Diego... Sólo un paso más.

Llegó otra vez la primavera. Las flores de la ventana se secaron. Allí seguía esperando Mercedes, mientras las aguas se volvían verdes y las nubes se despedían del azul del cielo.

Y los vientos seguían besando sus labios. Los vientos... ¿Es que no te dabas cuenta, Mercedes?

El jardinero de las nubes.

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