martes, 12 de agosto de 2008

El hermano Catalino y las noches veraniegas del Cine "San Antonio"


Ah, hermano Catalino, yendo por la calle Sierra con su carrillo cargado de gaseosas y refrescos carbonatados. Sus cabellos planchados hacia atrás, bien remojados, negros como ala de cuervo. Su gesto serio pero jamás avinagrado; su especialidad eran los refrescos, no el vinagre. No le oí en vida muchas palabras, pero siempre nos cruzábamos el saludo de Dios. Los neumáticos de su carrillo trepidaron en los adoquines de aquella Aldea todavía no alquitranada, y perdieron su dibujo por tantos servicios ininterrumpidos.

Un día le llovió encima un turbión traicionero, y maldijo a las nubes por despeinarle sus cabellos colocados con tiralíneas.

¡Qué bien organizaba la intendencia en el veraniego cine San Antonio! El día que tocaba película de Manolo Escobar hacía incontables viajes entre el cine y el almacén, transportando refrescos y cervezas "Calatrava", pues esa noche el aforo sería completo, y es que nuestro pueblo siempre ha sido muy gustoso de los gorgoritos del cantante almeriense, aunque en los descansos sonase la rayada cinta de Dire Straits; si las butacas faltaban no pasaba nada, ya que siempre había cajas de cerveza donde asentar posaderas. Otros aforos famosos fueron en la segunda parte de la película "Jesús de Nazareth" (duró hasta las dos de la mañana, con dos descansos), en 1983, y en "La misión", en 1987.

Catalino estaba siempre allí, sentado al lado de la puerta de arcaica madera del tenderete (a través de sus mal clavadas junturas se deslizaba una débil luz de bombilla polvorienta), tras el cual había un habitáculo que servía de mingitorio, cuyas blancas cales amarilleaban de tanto chorro de orina cervecera. Catalino contaba muy despacio las monedas rubias y niqueladas de entonces, cuando te tenía que dar cambio, aunque hubiera una cola de gente de aquí te espero delante del mostrador... Ese mostrador de acero inoxidable que guardaba en sus entrañas las mercancías de Catalino, entreveradas de verdugones de hielo calzadeño.

Y de aquí, desde el noble Catalino, parte al homenaje al Cine San Antonio, aquél que por techo tenía la Vía Láctea y el suelo era de cascajo, con cáscaras de pipas fosilizadas y aromas porcinos que recordaban su dedicación invernal como acomodo de cerdos. El cine de películas cortadas, cuya maquinaria era orquestada con gran acierto por parte del hermano del actual primer edil. Ay, esas butacas de acero pintadas de verde persiana, que no fueron pensadas para las carnes doloridas... San Antonio, ascendiste encima de tu techo y tu recuerdo se tornó una estrella más de la Vía Láctea.

Ya ves las cosas que me haces recordar, hermano Catalino.

El jardinero de las nubes.

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