La historia que viene a continuación nace de mis recuerdos, los comentarios de aquellos entonces y mis propias observaciones. Pido perdón, pues, a todas las sensibilidades que acaso se vean afectadas por mis imprecisiones.
Por la esquina suroeste del cementerio de Aldea, en un rincón de paz y olvido, está la tumba de Ernesto. Con ocasión de alguna visita que le hice y a resultas de fijarme en la fotografía, sentí como si sus ojos me dijeran desde la ultratumba: "Que no me olviden, que no me olviden". Ahora es el momento de saldar esa deuda.
Ernesto era bajito y delgaducho. Tenía los cabellos de azabache, rizados como los de un cantante de coplas, y usaba gafas de montura metálica que, hay que decirlo, le favorecían bastante. Es, sin duda, el mayor héroe que he conocido en Aldea.
A finales de los ochenta, un buen día, los médicos le dijeron que sus días estaban contados, que el reloj de la muerte ya había empezado a correr para él. Entonces debió de experimentar la angustia de tener casi 40 años y haber gozado poco de la vida. Eso había que cambiarlo. A partir de ese momento, haría todo lo que en Aldea pudiera hacerse desde el punto de vista de la diversión y el esparcimiento.
Fue en la picina donde alguien me señaló a Ernesto, diciéndome: "Fíjate, no le quedará ni un año de vida". Me llamó la atención lo abultado de su vientre pese a su notoria delgadez. Siempre se metía en la picina tirándose por el trampolín pequeño. Las cosas había que disfrutarlas intensamente, incluso los baños en la picina, aunque nadara como un pato mareado. Pobrecillo, nunca se metió con nadie, no hizo más daño que el de querer disfrutar de sus últimos meses.
También tenía sus ratos de serenidad. Le gustaba sentarse al fresco por las tardes, con sus familiares y vecinos de la calle de la Vírgen. Luego, por las noches, hacía el recorrido habitual de la juventud: La Granados, Tropicana y Decibelios. Diversión, diversión, diversión.
La última vez que lo vi fue una Nochebuena. Iba a la Decibelios con el ya casi inexistente pelo constelado de espumillón y confetti. Recuerdo cómo entró por la puerta de la discoteca, casi trastabillando, rodeado de luz amarillenta y humo de cigarrillos festivos, y ya no volví a verle nunca más. Fueron sus últimas navidades. Tenía 41 años.
Entonces conocí su olvido, y me sentí triste por la facilidad con que este pueblo olvida a los héroes procedentes de la gente humilde.
Si a las calles les ponen nombres de héroes, ¡ojalá este pueblo tuviera una calle como la calle Bailén, donde está el Palacio Real! No vacilaría en ponerle el nombre de Ernesto.
Nuestra deuda está finiquitada, Ernesto. Has obtenido tus palabras de recuerdo, y alguna que otra lágrima de este solitario.
El jardinero de las nubes.
8 comentarios:
Al leer esta historia me da un soplo de tristeza. Es una lastima que para algunos la vida sea tan corta. Por eso hay que vivir la vida intensamente todos los dias.
Ha sido un placer leerte, y espero sinceramente que estes disfrutando tus dias en la playa.saludos
un gran abrazo
judith
El olvido siempre es la peor enfermedad, tanto en vida como en muerte. No nos damos cuenta pero ya no damos tanta importancia a las personas. Personas que hemos creido especiales o que nos han creido especiales durante cinco minutos, despues silencio y olvido. Después del olvido, soledad.
Me ha encantado saber que tenias blog.
Susurrando recuerdos.
Lleva a reflexionar este cuento, la levedad de la vida,el olvido a que nos sumerge la muerte.....Por eso hay que beberse los vientos y disfrutarla.Un beso.
Ma.Rosa.
Hola, soy una paisana tuya. Mi padre era amigo de Ernesto y creo que te hará feliz saber que ni él ni el resto de sus amigos lo ha olvidado. Yo soy joven, nunca lo conocí, pero he oído muchas veces hablar de él.
Los que de verdad lo apreciaban no lo olvidan.
Hola, soy una paisana tuya. Mi padre era amigo de Ernesto y creo que te hará feliz saber que ni él ni el resto de sus amigos lo ha olvidado. Yo soy joven, nunca lo conocí, pero he oído muchas veces hablar de él.
Los que de verdad lo apreciaban no lo olvidan.
Querida paisana:
¡Cuánta ilusión me produjo tu comentario!
Nunca le olvidaré y no dejo de rezar por él.
Un abrazo.
Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces...jardinero de las nubes me alegro de haberte encontrado otra vez,da mucho gusto leerte...
Según te leo y sin querer ofenderte, me siento muy identificada contigo en, no sólo en esta historia, en casi todas las lecturas que llevo hechas… como me emocionan.
Al leer el heroísmo de Ernesto, me ha trasladado a una lucha de sentimientos que yo aún tengo después de muchos años... Un cruel asesinato y un mirar hacia otro lado por parte de toda la sociedad, policía y autoridades incluida, un caso sin resolver....
Recuerdo la noticia en una revista local y más que dar la noticia de su muerte parecía que se le juzgara por haber vivido. La rabia me invadía y me hubiese gustado hacer algo para que al menos su muerte se hubiese respetado, pero no lo hice... tuve un tiempo, mucho tiempo, cuando estaba sola, en el que me sentía acompañada por él y me pedía que se hiciese justicia, que se aclarase su muerte.
Cuando estaba sola, en el patio o en el corral era cuando más sentía su presencia, hasta el extremo de salir corriendo, presa del pánico. Se lo confidencié a mi madre, pues estaba asustada y ella me dijo: “muchacha, no cuentes eso que van a decir que estás loca”…. Creo que no estoy loca, nunca escuché una voz, ni ví su cara, sólo era un sentimiento, quizá un grito de mi conciencia, que me obligaba a comprometerme con la justicia…
Han pasado ya doce, quizá más años y cada día me pasa menos, pero aún me sigue pasando, siento su presencia sólo que ahora no tengo miedo ya no huyo, he llegado incluso a preguntarle mirando al cielo ¿qué puedo hacer yo?, pero no oigo respuesta, aunque siento su presencia….
Desde el día que le asesinaron, cada año por los santos, visito su tumba y le hablo con mi pensamiento y le digo que es injusto que no se le equiparara al resto de los hombres, aunque sólo hubiese sido al morir. No se investigo bien, quizá no valía la pena porque tenía antecedentes y no era hijo de.. Vivió y murió como Reec, durante su vida todos le daban, pues era persona no grata y al final alguien le arrebató su vida y murió desangrado cerca del vertedero de tu pueblo.
Es curioso lo que me pasa, era del pueblo, pero no era de mi familia, ni vecino, ni amigo…… ¡en fin! Quizá tu puedas explicarme por qué me pasa esto.
Jardinero de la nubes, mi comentario es extenso, pero no tomaré a mal que lo borres, no quiero enturbiar tu blog, con mis cosas.
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