Todos pasean por la playa, y dejan entrever el mismo amor por el mar que a mí me embarga en este momento. No pensamos en las catástrofes que alberga en su seno y en los crímenes de los que es culpable. Los paseantes de playa aman su fisonomía azul y su orla de espuma; los niños le gritan sus alegrías en los alvéolos de sus olas; los ancianos dejan que les lama sus cansados tobillos... No, nadie piensa en los temporales, las mareas negras o las víctimas de su furor. El mar siempre es perdonado y amado por los que se aproximan a sus costas, haciéndose ignorancias de sus pecados ocultos.
Y pensé, Dios mío, que tu amor por tus criaturas se asemeja al sentimiento que el mar nos inspira. Por fuera somos una playa calma y soleada, y por dentro rugen las ventiscas del pecado. El pecado que no confesamos y que pensamos que de ser sabido nos apartaría de la estima de nuestros semejantes. Y ciertamente así sería en este mundo que me es ajeno, por lo que mientras mi pecado de alta mar no dañe a los que se aproximan a mis playas, es preferible y necesario que quede entre tú y yo, amado Dios. No llevemos el furor de la galerna a aquéllos que disfrutan de la bonanza. Acaso me llamen sepulcro blanqueado, pero no soy el único. Pablo de Tarso fue sincero al admitir: "Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí" (Ro 7, 18-20).
Y sí, es triste saber que adoran la playa pero desconocen los furores de mar adentro. A veces me digo: ¿y si mis labios hablaran? ¿Qué ganarían con saberlo, y qué ganaría yo con revelarlo?... A tus ojos nada te es oculto, Dios amado, y tú me miras con los mismos ojos con que un paseante de playa contempla el mar, aun cuando conozca las desgracias de que es responsable. Por eso, en presencia del mar, he pensado en la cuestión de los pecados ocultos, te he pedido una respuesta y he sentido que me decías: "Abre bien los ojos, contempla el mar y conocerás mi respuesta". Y tu respuesta ha sido mi consuelo, y he hecho mío el grito de Pablo: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne, a la ley del pecado" (Ro 7, 24).
La respuesta que era buscada, ya fue dada hace muchos siglos. Arrastraré mi miseria, cuidando de que nadie resulte dañado, y pensaré en el mar, compañero de pecado, cuando busque el consuelo de mi propio reproche. Y te veré, Dios amado, como paseante de playa, hundiendo tus pies en las espumas de mi pecadora alma, hecha océano en tu nombre.
No buscaré la perfección ni la buena opinión de mis semejantes... Sólo buscaré tu amor.
El jardinero de las nubes.
2 comentarios:
El mar siempre me ha atraido, veo en él mucha paz y serenidad. También vo mi niñez, mi vida día a día, veo alegría, risas y diversión.
También en las personas me gusta ver y potenciar lo bueno que llevan dentro. A veces con las personas ocurre como el mar pero al revés, es el aspecto externo lo que te impresiona y luego el interno a veces te sorprende para bien. Aunque también está el caso contrario, nobleza por fuera y maldad por dentro.
Pero asi es la vida......caminamos y tropezamos en ella.....y asi nos hundimos para luego levantarnos.
Un abrazo.
P.D: PArece que hacía frio en su playa.
He leído en Mi Literaturas, pero he venido al lugar en que lo has posteado.
Tenía curiosidad.
Me comentaste, pero no tenía tiempo material para dedicarte.
Estaba en Huesca, con mi familia.
Ahora, en mi casa, recupero mis pautas.
No es un texto de una sola lectura. Leerlo ha sido fácil, te expresas claro, pero digerirlo es otra cosa.
Explicarse sobre lo divino y lo humano sin caer en mesianismo tiene su dificultad. De ella sales bien librado.
Saludos
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