Esto ocurrió hará unos tres años, entre la boca del metro y el intercambiador de autobuses urbanos. En el cielo de la tarde de Madrid había cierto resabio primaveral; nos cobijaba un árbol cuyas hojas empezaban a brotar. Había una fuente que tenía atrapado el arco iris entre sus visillos de agua.
Estábamos sentados en el mismo banco. Tú comías una manzana y tenías a tus pies una mochila manchada de yeso. El sol de Perú había sido el causante de tu rostro atezado y de tus negros cabellos, barnizados por los vientos de tu tierra. Estábamos los dos solos. Terminaste tu manzana, y observé que no fuiste capaz de arrojar su corazón a la papelera. Seguí la dirección de tu mirada, y descubrí a una pareja que enseñaba a andar a una niña que era una ricura.
Te levantaste del banco y les preguntaste la edad de ese angelito.
-Tiene año y medio -respondió el padre.
-La misma edad que tiene la mía -dijiste con la voz y los ojos húmedos de emoción-. Tuve que venirme aquí cuando mi mujer estaba embarazada. No conozco a mi hija en persona.
La niña y sus padres siguieron su camino, sin hacerte caso aparente, hacia la fuente de cuyo surtidor había desaparecido el arco iris.
No volviste a sentarte en el banco. Tenías la mirada prendida en la niña, creyendo que era tu niña del otro lado del océano, la misma niña que estaría bebiendo la leche que tú le procurabas con tu sacrificado trabajo en esta tierra de falsas promisiones. Finalmente aplastaste en tu encallecida mano el corazón de la manzana, y lo arrojaste a la papelera. Luego te vi alejarte con los hombros abatidos y la mochila manchada de yeso. En ese momento, apenas doblaste la esquina, se encendieron las luces del alumbrado público, que trataban de usurpar la belleza del arco iris fugitivo que ambos habíamos contemplado.
¿Querrás creerte que se lo reproché a Dios? ¿Cómo tenía entrañas para tener a un padre apartado de su hija pequeñita? ¿Qué podíamos hacer? Dios mío, me hubiera gustado que me dijeras si entonces había posibilidad de hacer algo...
Seguro que ya les habrás reunido. Seguro que la niña ya beberá la leche que su mamá y su papá le compran juntos en el supermercado de la esquina; seguro que ya irá al colegio y sabrá pintar el arco iris que su papá y yo vimos en la fuente, sentados en el mismo banco, esa tarde del Madrid que se abría a la primavera.
Si todo esto es cierto, Dios amado, olvida el reproche que te hice.
El jardinero de las nubes.
5 comentarios:
Me alegra encontrar este espacio y leerte. Un abrazo
Querido Jardinero, como bien sabrás la semilla del reproche es un lastre pesado que jamás permite que disfrutemos plenamente de la vida.
Menos mal que en tu perdón soltaste tan pesado lastre.
Un abrazo
Jardinero, sigamos el debate. En todo acto de crear hay una destrucción. Para crear algo nuevo hay que efectivamente crear, y eso conlleva crear desde algo, lo que a su vez, implica una destrucción o trans-formación de ese algo previo. El que crea, destruye, el artista que crea a Dios, indudablemente ha de destruir su creación previa, ¿la creación de Dios? Entonces también destruye, asesina, a Dios, por eso puede ser un creador.
Querido jardinero: La fe me parece una de las cosas más hermosas que poseen las personas, y pienso que en toda creencia hay algo sagrado.
Aquí, en este poema y este debate que hemos comenzado, se ha dado solo eso, un debate, un pensar cosas afuera de nosotros, un ejercicio de juego como cuando niños. Esa actividad que genera toda comunicación es sólo una superposición de ideas. La otredad, la fe, la creencia, están más allá de cualquier especulación a la que podamos llegar. Al final, es maravilloso creer en lo que no podemos explicar, de ahí viene toda la mística y desde luego también la poesía. Un abrazo muy fuerte
Muchas veces la vida nos enfrenta con Dios,¿ pero es en verdad Él o somos nosotros que no practicamos más el no ser tan egoístas y tratar de mejorar lo que podemos?Eso sin tener en cuenta a quienes de verdad deben ocuparse de hacerlo.
Un beso, Ma.Rosa.
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